El Trabajo, o algunas de las múltiples cosas relacionadas con él, constituyen razones importantes de conflicto entre parejas y factores que impiden que se alcance el éxito buscado. Y esto sin considerar la relevante relación inversa, es decir los eventuales problemas que se generan en el Trabajo como producto de la situación y la dinámica de la pareja.
La razón de esto es muy simple: la relación de pareja, mucho más si ésta tiene involucrada una familia con hijos, es elemento condicionante para el desarrollo del Trabajo que se ha definido adoptar en la Vida. No es que sea un tema importante o delicado, es sencillamente un factor CONDICIONANTE para el éxito. Esto quiere decir que la naturaleza y el alcance del trabajo que se haga dependerá directamente del tipo de relación que se sostenga, al menos durante los periodos de tiempo que ésta relación se mantenga activa (sin tomar en cuenta las repercusiones que provoque su “ruptura”).
Existe, además, otro vínculo importante en estos factores: el Trabajo que uno desarrolla en la Vida está esencialmente vinculado a los Objetivos y la Visión adoptada para el desenvolvimiento personal y profesional, por lo tanto el éxito de la relación de pareja condiciona también la consecución de esos objetivos y el cumplimiento final de ambiciones, deseos y sueños.
Cada quién define de manera personal e íntima lo que Éxito significa en su vida (Éxito se escribe con “e” minúscula), pero nadie podrá asumir que ése Éxito sea ajeno a la naturaleza de la relación de pareja. Por otra parte, quien afirme que orienta su vida sin considerar nunca la existencia de una pareja, forma parte de una proporción marginal e irrelevante de la especie humana, una fracción que no merece dedicatoria en éste análisis.
La decisión que toma el ser humano con respecto a la pareja con la que eventualmente compartirá extensos periodos de su existencia, de su trabajo, y con la cual formará una familia, es sin lugar a dudas, la decisión más importante de su vida. La decisión que lo llevará, o no, al éxito.
Es posible que esto no se aprecie en su momento, pero ello no le quita vigor: nadie alcanzará con éxito las metas que se ha propuesto en la vida si toma una decisión equivocada a este respecto. Conseguirá algunos objetivos y tendrá que sacrificar otros, superará obstáculos a un alto costo e invertirá mucho más de lo necesario en ordenar el curso que le quiere dar a su vida.
Lo decían nuestros abuelos con razón: “cuando ciertos problemas entran por la puerta, el amor sale por la ventana”. Y esto no quita la importancia que el Amor tiene para la existencia del hombre, esto quiere decir que la Decisión más importante de la vida no solo puede ser tomada de acuerdo a las directrices de la dimensión emocional. Y también quiere decir que la participación del Amor en esta ecuación compleja se inicia con el Amor Propio.
Sólo una persona que se Ama a sí misma, tiene la capacidad de Amar a otra agregándole valor y no quitándoselo para compensar sus deficiencias. Únicamente quien tiene un sólido Amor Propio se proyecta y se complementa en los demás. Y, por supuesto, nada tiene que ver en el Amor Propio el egoísmo, la soberbia o la altivez, el Amor Propio es todo aquello que representa el verbo grande de Amar orientado hacia lo que uno es.
El Amor no es pues el justificativo para formar una pareja, el Amor es el requisito para que primero cada quién se encuentre y se posicione sanamente y con éxito en la vida.
Son muchas las cosas que una persona con Amor Propio tiene claras en la vida, pero posiblemente la más importante es que sabe lo que quiere conseguir y la forma en la que quiere vivir el proceso. Ésa persona segura y coherente consigo misma NO será feliz si no emprende la ruta que se ha propuesto, y si ello se ve obstaculizado por la relación de pareja se producirán dos cosas de forma simultánea: los objetivos no se alcanzarán y la relación no prosperará. En ambos aspectos un poco de lo más valioso e irrecuperable que tiene el ser humano se habrá perdido: tiempo. En ambos aspectos muchas vidas habrán sido afectadas, muchos sueños truncados y personas incapaces de ser luego una mejor versión de sí mismos y conocer el éxito.
El primer requisito para la formación de una pareja que comparta Amor, alcance éxito y tenga una relación sana y productiva (lo cual no quiere decir que esté exenta de problemas), es pues que esté conformada por personas con solido Amor Propio. Entre dos personas carentes no se alcanza una sola, y cuando en la relación existe una parte carente, concluirá por llevar el todo a la deficiencia. La carencia no es de carácter material o incluso intelectual, es la simple y dramática carencia por no quererse lo suficiente uno mismo, puesto que toda otra carencia es superada, conquistada y modelada por el Amor Propio, y por una sencilla razón: porque quiere y porque se quiere.
No existen limitaciones insuperables para el hombre con sano Amor Propio, y mucho menos cuando a éste se suma un Ser igual.
La Vida GRANDE, aquella que se escribe con mayúsculas, se alcanza con mayor facilidad cuando dos seres propicios construyen juntos el camino. Dos llegan más lejos que uno, Dos hacen mucho más de lo que hace uno. En esta lógica no tiene ningún sentido ésa afirmación del mediocre que visualiza una vida óptima en soledad. La vieja e irrebatible sabiduría bíblica afirma desde el inicio de los tiempos que “no es bueno para el hombre estar solo”, y en ello no existe una referencia solo al “estar”, principalmente al éxito que se puede lograr. Cuando Dos suman, el resultado nunca puede ser superado por las partes individuales, punto.
El segundo requisito es que estas dos personas, que primero se aman a sí mismas, compartan también una visión básica del éxito en la vida. En caso contrario el yugo de la relación se vuelve desigual para alguno de ellos, y finalmente, como consecuencia, se vuelve desfavorable para ambos.
¡Compartir una visión del éxito en la vida significa estrictamente eso! No quiere decir que la visión de uno prevalezca sobre la otra, y tampoco que cada quién se encamine a conquistar la propia. Es una visión compartida la que garantiza una ventaja competitiva y la posibilidad de superar los obstáculos que se pongan al frente. Una visión compartida no es propiedad de ninguno en particular, es un patrimonio de ambos, independientemente del papel que cada quién desempeñe en el proceso.
No es la rutina, no son los “buenos hábitos” ni las “costumbres apropiadas” las que ayudan a llevar una relación de pareja por las sendas propicias, es una visión de la vida que se comparte desde la profunda intimidad. Es “ése puerto” al que la nave se dirige, “ésa ruta” que se debe transitar. Esto es lo que une, esto es lo que genera la sinergia y esto es lo que finalmente proporciona el significado y el éxito.
¡En tanto más grande y ambiciosa la visión, tanto mejor!, porque esto garantiza una viaje más largo y de mayor intensidad, y esto en la relación sana constituye una bendición, porque quien Ama no disfruta de aguas estancadas de la misma forma que goza de lo bravío que tienen las corrientes de un río de agua siempre nueva. Las almas sanas, los espíritus fuertes no se juntan para facilitar la supervivencia, se juntan para “cabalgar” sobre la vida con éxito, en mejores condiciones, con el poder que proporciona la Unión.
Ya es momento que ésta verdad quede en evidencia definitivamente: ¡No es malo ser ambicioso! Y si esta lógica guía la relación de pareja, ¡Cuánto mejor! Pregúntense un instante donde se encontraría este mundo si no hubieran existido hombres con ambición. Las personas (y también las parejas), tienen un entendimiento equivocado de lo que significa ser “conservador, cauto y cuidadoso”, y con ésas premisas equivocadas muchas veces se juntan como dos aves que solo comparten esfuerzos para construir el nido ante la inminencia del invierno. ¡Y esto no es ser conservador!, esto es simplemente ser “miserable” con la vida. La naturaleza no ha dotado al ser humano con las condiciones de un par de pájaros que esperan temerosos la llegada del frío, los ha dotado con la capacidad de conquistar el planeta y desde allí mirar desafiantes el resto del universo. Los ha dotado con la capacidad suprema de ver más allá de las limitaciones y conquistar la felicidad. Y la conquista de la felicidad es un objetivo “ambicioso”, ¿O no?
Las parejas que tienen hijos no pueden verlos como un obstáculo para plantearse desafíos, metas ambiciosas y alcanzar el éxito, ¡tremendo despropósito y absurda conclusión! Tener una familia no puede ser sinónimo de ser “cauto o cuidadoso”, por el contrario, debe ser un incentivo para la conquista, para “ampliar la tienda” y ganarle unos metros de terreno a la vida. ¿Y el fracaso? ¿Y las pérdidas? Ellas constituyen solamente el costo de lo que se quiere alcanzar, de aquello que se pretende adquirir. Todo en la Vida tiene un costo, y es bueno que los hijos conozcan temprano esta realidad. El fracaso es el costo que demanda la victoria, la inversión que precisa el éxito, y tiene exacta proporción con las metas que uno se ha planteado. Así como un envase de Coca Cola de dos litros no cuesta lo mismo que uno de medio litro, tampoco las mejores cosas que se le pueden extraer a la Vida son baratas, exigen un pago, demandan la superación de pérdidas y fracasos. Educar a los hijos en una “burbuja” de realidad ajena a las dinámicas naturales, no genera un beneficio a largo plazo, involucrarlos con sabiduría en el desenvolvimiento de los planes y de las tareas que se han planteado los padres es la única forma de garantizar la ruptura generacional de escasez, mediocridad y pobreza. Finalmente si uno no ha logrado alcanzar todo lo que se propuso (cosa que es absolutamente natural y posible), es probable que lo consigan los hijos, aquellos que hayan sido formados en el entendimiento sano de la ambición, del deseo de superación, de las ganas de “arrancarle” las mejores cosas a la vida y “pagar” con buena disposición de espíritu los costos que esto representa.
El desafío más importante en el camino que las parejas emprenden por la Vida posiblemente sea precisamente este: superar los momentos de dificultad, aquellos en los que se están pagando los costos que demanda el éxito, las metas, los deseos y los sueños. En estos momentos cruciales es cuando la elección de pareja es puesta bajo prueba definitiva. Y en estos momentos es cuando prevalece la calidad de la “madera” con la que cada quién está hecho. No bastará que uno de los dos procese las cosas de manera apropiada, se precisa de ambos para superar las pruebas sin dolor excesivo y con buen ánimo. Ello sólo se encuentra en la comunión estrecha de propósitos y, por supuesto, en la solidez del Amor que han construido dos personas que se quieren a sí mismas y por ello están seguras de lo que son y de lo que pueden. La Vida no convoca dos personas humildes con capacidad de compartir restricciones, carencias y estrechez, la Vida convoca dos guerreros que compartan propósitos y armas para superar con naturalidad ésas etapas y emerger de ellas con la humildad de quien sabe que no es dueño de sus circunstancias pero sí poseedor de la capacidad de enfrentarlas victoriosamente. Las parejas que no tienen esta comunión quedan en el camino.
Ahora bien, es cierto que la Vida trabaja y moldea el carácter de cada quién todos los días, pero la “madera” de la que está hecha cada persona es un elemento de naturaleza “estructural”, y se identifica, se mide y se califica ANTES de conformar la pareja. La gente tiene efectivamente la capacidad de cambiar, es más, tiene la obligación de hacerlo muchas veces en la Vida, pero las personas cambian con mayor facilidad su interpretación, asimilación y respuestas ante circunstancias de la Vida, NO cambian de igual forma su naturaleza, al menos no con el mismo éxito. La pareja ES aquella que se escogió al principio, allí donde prevaleció la decisión de escogerla, la pareja NO ES aquello que deseamos que hoy sea porque alguna circunstancia lo demanda. Con la elección de la pareja sucede algo parecido a lo que instruyen esos carteles de las tiendas: “no se aceptan reclamos ni devoluciones después de la compra”.
La decisión para la elección de pareja es la decisión más importante que se toma en la Vida. Ninguna se acerca en magnitud, en alcance ni en trascendencia. “Detrás de cada gran hombre o mujer, existe una gran pareja”, al menos detrás de lo que sinceramente podemos llamar “grandeza”: la posibilidad de haberle ganado con éxito la partida a las dificultades y los obstáculos que plantea la Vida.
Sobre el amor de pareja, Dietrich Bonhoeffer, el gran pastor protestante que murió en los campos de concentración de Hitler decía: “No es vuestro Amor el que sostiene el matrimonio, más bien es el matrimonio el que sostiene vuestro Amor”. Con ello dio a entender con claridad que es la caminata y todo aquello que se encuentra y supera en el camino lo que consolida el Amor, no necesariamente el haber determinado iniciar juntos el trayecto.
¿No es este motivo suficiente para, al menos, escoger bien el compañero de viaje?
La presente forma parte del libro “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”.
DATOS DEL AUTOR.-
Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.
Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”
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