Para el pensamiento estratégico solo existe el “trabajo inteligente”, es decir aquel que emerge de procesos mentales distinguidos, y no de la energía física o el aporte común que puede hacer cualquiera.
La Estrategia es un sistema de gobierno que se fundamenta en el “arte” de dirigir. El “artista” siempre crea obras únicas, y esto no se puede conseguir sin inversión de esfuerzos en los procesos mentales: reflexión, interpretación, inferencia, deducción, visión, etc.
El “trabajo duro” tiene un pedestal en la cultura moderna que nunca se explica bien. En realidad, todas las personas que deseen alcanzar un objetivo valioso deben trabajar arduamente para conseguirlo. Si a esto se refiere el “trabajo duro”, la clasificación es correcta. Pero cuando el término hace referencia a la inversión “en bruto” de fuerza, tiempo y energía, es un completo despropósito.
Abraham Lincoln tiene una célebre frase que aclara bien esto: «Si me dan seis horas para derribar un árbol, pasaré las primeras cuatro afilando el hacha». Esto es trabajo inteligente. Disponer 2/3 del tiempo para preparar “inteligentemente” el desarrollo de la tarea. En tanto que el “trabajo duro” abordará el desafío golpeando el árbol con fuerza desde el primer instante.
Todo “trabajo duro” basado en la inversión bruta de esfuerzos y recursos, no distingue a nadie y puede ser perfectamente sustituido por otros individuos o por máquinas.
Las capacidades cerebrales y mentales no solo caracterizan a la especie humana, son las únicas que diferencian la calidad y efectividad del trabajo entre uno y otro individuo.
Ahora bien, la cosa es muy clara. El trabajo inteligente no se fundamenta en virtudes, talentos o conocimientos, lo hace específicamente en procesos mentales. Estos involucran pensamientos y actitudes en lógica dinámica. Suceden y se desarrollan a partir de acontecimientos en el tiempo.
Si se retoma la frase de Lincoln, no existe alusión alguna al conocimiento o talento que se tenga para derribar un árbol. Posiblemente esto se da por descontado. La referencia concreta es al proceso de evaluar y preparar la tarea antes de iniciarla. Esto activa procesos mentales específicos para la situación y el momento.
Observar, analizar, evaluar cursos de acción, visualizar el desenvolvimiento de los eventos, tener percepción sistémica de las cosas (el criterio del “bigger picture”), definen los procesos mentales y su producto más valioso: el trabajo inteligente.
Hay personas con mucho talento y conocimiento que no se distinguen porque no han fortalecido sus procesos mentales. Tienen una percepción convencional de las cosas y del trabajo que debe hacerse. Son repetitivos y previsibles. En esta lógica consiguen ser efectivos de alguna manera, pero no son eficientes.
La efectividad consiste en alcanzar concretamente los resultados buscados. Pero si no viene acompañada de eficiencia, puede tener una relación negativa entre costos y beneficios.
El leñador que dedica el 100% de su tiempo a golpear el árbol, algún momento conseguirá su objetivo, pero no destacará sobre aquel que planificó previamente la tarea y logró hacerla con menor esfuerzo y tiempo. Porque esta misma labor, como muchas cosas en la vida, posiblemente deba repetirse con otros árboles, y en éste caso, ¿quién tendrá la ventaja?
El criterio de la “mano de obra calificada”, por ejemplo, es un resabio de los viejos conceptos de la Revolución Industrial. Porque no está, de ninguna manera, asociada al trabajo inteligente. Solo hace referencia a conocimiento y experiencia respecto a determinadas tareas.
En la dinámica del mundo contemporáneo, la “mano de obra calificada” que no está acompañada por habilidades de aprendizaje y “desaprendizaje” (que forman parte de los procesos mentales), no tiene relevancia ni oportunidad en procesos de automatización o robotización.
Quién no sabe “delegar” (para tomar otro ejemplo), siempre hará “trabajo duro”. Porque carece de las habilidades para aprovechar la energía de otros y contribuir en la consecución “inteligente” del objetivo. Y tampoco será un gran líder, porque está explícitamente inhabilitado para recurrir al concurso de los demás.
Una de las mejores definiciones de liderazgo y de “trabajo inteligente” le corresponde al general americano Douglas MacArthur, quién dijo: “No hago absolutamente nada que otro pueda hacer por mí”. ¿Qué tal? Una comprimida pero brillante descripción de pensamiento estratégico y trabajo inteligente.
Si se hace algo que “nadie más puede hacer como uno”, se establece de inmediato la distinción y la ventaja competitiva. Porque todo el resto lo pueden hacer otros en paralelo (lo que ahorra tiempo), y seguramente mucho mejor (porque en ello radique su experticia).
“Saber pensar apropiadamente” es el factor definitivo de distinción entre los seres humanos, y de ellos con las máquinas. Estas últimas tomarán soberanía, más temprano que tarde, sobre el “trabajo duro”.
La “mano de obra calificada” debe ser reemplazada por “procesos mentales calificados”. Y estos suman por igual aptitudes y actitudes. Estas últimas posiblemente son más importantes que las primeras, porque “saber pensar apropiadamente” involucra reflexión, paciencia, astucia, pensamiento crítico, tolerancia al fracaso, disposición para la comisión de errores, agilidad mental, etc.
El paradigma vigente del conocimiento no debe ser reemplazado ni siquiera por la apología del talento que está cobrando fuerza en la actualidad. El talento se basa en la “capacidad intelectual o aptitud para aprender las cosas con facilidad o desarrollar con mucha habilidad una actividad”. Pero es justamente ésta “capacidad intelectual” la que se encuentra inmersa en los procesos mentales. Sin ella el talento no se perfecciona.
Esta “capacidad intelectual” es un asunto de disposición más que de cualquier otra cosa. Las personas tienen que reconocer el potencial que tiene su intelecto y deben poseer la disposición para privilegiarlo en el desarrollo de cualquier desafío o trabajo. Todos tienen un reservorio fantástico en sus capacidades intelectuales, pero muy pocos lo activan en la medida que es útil.
La lógica de “ganar el pan del día con el sudor de la frente” tiene miles de años de antigüedad. Pero en su significado poco se aleja de conceptos más modernos como el de “hands on” o el de “el ojo del amo engorda el ganado”. Todo esto forma parte del frágil pedestal que las conveniencias sociales edifican para el “trabajo duro”.
“Mejor trabaja quién más consigue con el menor esfuerzo”. Este es el paradigma del trabajo inteligente.
En él no se hace abstracción de esfuerzo, en absoluto. No es ninguna convocatoria a la negligencia o al ser disoluto. Esfuerzo sí, ¡seguro!, pero en ningún caso “esfuerzo bruto”.
La fuerza laboral que se inscribe en el “trabajo duro” no tiene futuro. Y bien hace en preocuparse de la revolución tecnológica que crea a ritmo vertiginoso los elementos que pronto la reemplazarán. Justamente el intelecto humano está creando máquinas y robots destinados a ello.
Pero por otra parte, nada se ha creado aún que reemplace la inteligencia humana. Y esto proporciona un campo de trabajo que no tiene límites.
Haga una pausa. Piense. Dosifique su energía. Busque siempre la forma más simple de hacer algo. Active su inteligencia. No se deje condicionar por la forma en la que el medio califica el trabajo de las personas. No sea simplista en el análisis de las cosas. Evalúe en todo caso las relaciones causales y las cosas que otros no ven.
El rendimiento del cerebro humano no se mide en “caballos de fuerza”. Eso lo podrá certificar cualquier artista o pensador estratégico. Y esto, simplemento esto, justifica desde todo punto de vista la prosecución del trabajo inteligente.
DATOS DEL AUTOR.-
Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.
Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”
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