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Tenacidad: la virtud que cambia el mundo. La historia de Charles Goodyear

Tenacidad no es lo mismo que perseverancia, persistencia o constancia. La tenacidad tiene un ingrediente que las otras no incorporan en su foco: fuerza. Éste es el factor que la impulsa a continuar con empeño. La persona tenaz concentra su energía en un pensamiento rector, una visión, un sueño, y esto le da fuerza para actuar sin vacilaciones.

En tanto el individuo perseverante es firme y constante en lo que hace, el ser tenaz supera toda resistencia que se opone a sus propósitos. La persona tenaz estará activa en la construcción de su visión mucho después que el perseverante haya abandonado la lucha.

La tenacidad no es común, y muy pocas veces se explica por sí misma. No es una virtud que califica el carácter de las personas o su trabajo. Generalmente es efecto de poderosas visiones y sueños que algunos individuos tienen en lo profundo de su alma. Convicciones que pocos más pueden entender.

La obra de los hombres grandes de la historia no es solo producto de genialidad y esfuerzo, es consecuencia de la tenacidad con la que persiguen sus propósitos. La vida de Winston Churchill es prueba de ello, las conquistas de Gandhi, los logros de Martin Luther King Jr., el éxito de Steve Jobs;  el “David” de Miguel Ángel o la torre Eiffel.

Toda obra que supere la talla de su creador, es consecuencia de un trabajo tenaz que impregnó cada aspecto de su vida.

La historia de Charles Goodyear (1800-1860, New Haven, Connecticutt, Estados Unidos), es una muestra conmovedora de esto. Su apellido es uno de los más conocidos del mundo hasta el día de hoy.

La tenacidad que tuvo para materializar sus visiones, definió su vida. El costo que pagó para dar a luz lo que llevaba dentro, le privó de un mejor tiempo en este mundo, al menos en la lógica de lo que muchos considerarían “una buena vida”. Pero esto mismo le permitió dejar un legado que transformó la historia y nuestras vidas.

Goodyear fue el hombre que descubrió el proceso de vulcanización del caucho y permitió que dicho material pudiera ser usado en todos los fines que hoy se conocen.

Cualquier persona que ahora:

  • Se levanta de la cama cuando suena la alarma del reloj,
  • Enciende las luces,
  • Toma una ducha,
  • Sube las escaleras,
  • Saca unos calcetines de la secadora de ropa,
  • Un par de zapatos del closet,
  • Se viste,
  • Cruza el piso de la cocina hacia el refrigerador,
  • Mira algún programa matinal en la televisión,
  • Utiliza el tostador para desayunar,
  • Agarra un portafolio para ir al trabajo,
  • Enciende la radio de su auto o toma el tren,
  • Sube en ascensor el edificio para llegar a la oficina,
  • Enciende la computadora para trabajar y decide luego ir a su gimnasio,

Utiliza y honra el descubrimiento que hizo Charles Goodyear.

La vida moderna no podría explicarse sin la vulcanización del caucho, un nombre que él mismo escogió en honor del dios Vulcano.

Antes del descubrimiento de Goodyear el caucho era un bien apreciado pero de uso limitado. No duraba mucho, era un material pegajoso. Tenía mal olor cuando no estaba bien curado e ingresaba frecuentemente en estados de putrefacción. Se lo usaba como goma de borrar y dispositivo médico para conectar tubos e inhalar gases medicinales. Cuando se descubrió que era soluble en éter tuvo nuevas aplicaciones en el mundo del zapato y los impermeables, pero todo con carácter limitado.

Con la vulcanización, el caucho se vuelve duro, maleable, resistente al frío e impermeable. Sus  aplicaciones se multiplican exponencialmente y se convierte en uno de los descubrimientos más importantes de la historia.

Charles Goodyear no era químico, simplemente tenía un presentimiento, una visión. Se consideraba “un instrumento en las manos de su creador”. Éste imperativo lo guiaba, y lo condujo a ser protagonista de una epopeya.

Goodyear heredó un genio inventivo de siete generaciones anteriores de su familia. Se crió en un hogar relativamente modesto y ayudaba en el taller de su padre, Amasas Goodyear, produciendo relojes, botones, guadañas, cubiertos y artículos de ése tipo. Charles no tenía las habilidades mecánicas de su padre, pero contribuía con ideas sobre cosas que se podían hacer para vender.

Después de terminar la escuela, Goodyear se casó con Clarissa Beecher y se dedicó, por tiempo completo, a colaborar en la empresa familiar. Eventualmente, el taller prosperó y Charles convenció a su padre para abrir, junto a su hermano, una tienda en la ciudad de Filadelfia, donde se venderían productos “hechos en América”.

La tienda marchó bien por cuatro años, pero disposiciones impositivas y otros problemas económicos sumergieron el país en una crisis severa. El negoció quebró, y a sus 33 años Charles Goodyear se quedó sin ingresos, y por su cuenta.

Él estaba seguro que podía desenvolverse como inventor, y vender ideas y soluciones para un país que se expandía en todo sentido.

Obtuvo cuatro patentes por algunos inventos menores, pero no pudo consolidar nada importante en el mercado. Entre 1830 y 1834 su familia apenas subsistía. Se vendían algunas cosas hechas en el taller y sobre todo las baratijas que producía Clarissa, pero nada significativo.

En más de una ocasión sus hijas se despertaban por la mañana y se daban cuenta que su padre no estaba. La explicación de la madre se volvía rutinaria: su padre había sido llevado a prisión por las deudas que tenía. En ésa época la prisión por deudas era corriente, casi trivial. Y Charles Goodyear sufrió por esto gran parte de su vida.

La epifanía de Charles con el caucho se produjo en 1834, cuando caminaba por una calle de Manhattan en Nueva York. En una tienda miró un salvavidas. Se dio cuenta que la válvula de aire era defectuoso y podía ser mejorada. A partir de esa pequeña experiencia comenzó su historia de tenacidad en el trato y la relación con el material. Estaba seguro que conquistaría sus secretos y que esto le cambiaría su fortuna, y su vida.

Durante más de siete años Goodyear se dedicó por completo a encontrar la solución química para los problemas de uso que presentaba el caucho. La bitácora de sus experiencias es conmovedora. Los fracasos se repetían una y otra vez, inclementemente. Tuvo breves periodos de éxito con algunas fórmulas y tramitó patentes para asegurar sus avances. Pero siempre existía un problema adicional por resolver. Faltaba la respuesta que despejara en definitiva el acertijo.

Su padre Amasas, sus hermanos y esposa, lo acompañaron en todos los esfuerzos, pero a raíz de los resultados infructuosos, perdieron lo poco que tenían. Padecieron hambre y necesidad. Las experiencias con las deudas y  la prisión marcaron a la familia. La crianza y educación de los niños nunca fue estable.

Pero Charles Goodyear no dejaba de probar nuevas fórmulas y experimentar con los procesos. No dejó de hacerlo nunca, ni siquiera en los momentos de mayor desesperación.

Trabajó con la ayuda de su esposa y sus hijas de 10 y 8 años, en la confección y comercialización de zapatos de caucho. Pero esto también falló. Los productos se deterioraban cuando subía la temperatura.

Tres de sus hijos murieron en ésos siete años de trabajo. Cuando falleció su hijo William, fue echado de la casa que habitaba, y tuvo que acomodar a la familia en condiciones aún más precarias.

Sin embargo la tenacidad de Goodyear no cejaba en los intentos de encontrar las respuestas que le faltaban.

Dejó varias veces a la familia en casa y sin auxilio económico, en tanto hacía algún viaje de negocios a pueblos y ciudades distantes. A veces encontraba apoyo financiero en sus inversionistas y su situación mejoraba, pero en tanto que no encontraba la fórmula para el trato apropiado del caucho, todo era escaso y transitorio.

Cuando mejor estaba en la relación con sus inversionistas que seguían apostando a sus visiones, llegó la crisis financiera de 1837 y lo desbarató todo. La familia se sumió nuevamente en aguda pobreza. Su padre iba de madrugada hasta las vías del tren para ver si encontraba algo de carbón que se hubiera caído de los vagones que pasaban. Así podían calentar la casa en el invierno y proseguir con las pruebas.

Su esposa, hermanos e incluso su padre, pensaban a veces que el hambre, la cárcel, la muerte y la pobreza, eran a causa de la “idolatría” que Charles tenía por el misterioso material que no terminaba de entregar sus secretos.

Pero la tenacidad de Goodyear no menguaba aun en estas ocasiones. Él no concebía la posibilidad del fracaso definitivo.

Finalmente se produjo un “accidente” en 1839. Un pedazo de caucho que se trataba y sometía a pruebas, quedó olvidado en un horno y produjo, incidentalmente, la “vulcanización! ¡La respuesta había llegado!

Muchos historiadores calificaron el hecho así: como un accidente. Pero Goodyear sabía que era el producto de todo el esfuerzo que había hecho. Y en tanto “accidental”, no por ello carecía de mérito, como tampoco lo fue el caso de la manzana que cayó “accidentalmente” del árbol, pero dio origen al estudio de la ley de la gravedad. Siempre hay trabajo humano, sacrificado y clarividente, detrás de estos “accidentes”.

Las penurias de Goodyear continuaron al menos un par de años más, mientras hacía esfuerzos para conseguir recursos que consolidaran su descubrimiento. En ése periodo de tiempo murió su hijo de 2 años. La familia no tenía dinero ni siquiera para el entierro. Su padre Amasas, y sus hermanos, que lo había acompañado siempre, se trasladaron enfermos a Florida, y murieron allá de fiebre amarilla.

Con estas desgracias en la espalda, soportando juicio y burla de colaboradores, vecinos y socios, Charles Goodyear continúo su marcha con tenacidad.

En 1841, siete años después de su experiencia en la tienda de Manhattan, la suerte comenzó a cambiar. Las solicitudes de trabajo y los acuerdos para la producción de caucho vulcanizado empezaron a generarle dinero.

Goodyear podía haberse convertido en una persona rica si explotaba industrialmente su descubrimiento y aseguraba sus patentes. Pero no hizo seriamente ni lo uno ni lo otro. Su interés era seguir experimentando con el material y optimizar los procesos. Permitió que otras personas explotaran el invento y el cogió la menor parte, lo que le permitiera vivir y continuar en sus tareas.

Su momento de gloria llegó en 1850-51, cuando viajó a Europa para exponer en un par de ferias internacionales, los avances industriales que había hecho posible. Bastante avejentado y enfermo por años de inclementes experimentos y químicos nocivos, Goodyear a sus 51 años, vivió su victoria en el Palacio de Cristal de Londres, donde exponía al mundo la vulcanización del caucho.

Clarissa, la esposa que lo acompañó en todas las penurias, murió a los 49 años en 1853. Goodyear se casó de nuevo al año de la muerte de ella. Después de una vida entera al amparo del cariño y soporte de su familia, no podía vivir solo.

Sobrevivió 6 años a la muerte de Clarissa. Nunca dejó de experimentar con el caucho, con procesos nuevos y optimizaciones. Murió en 1860, sin grandes privaciones, pero sin riqueza. Un ícono de tenacidad que cambió la historia del mundo.

Hay pocas historias como las de Charles Goodyear. Su apellido fue honrado después de su muerte y tomado como marca en la industria más grande de producción de caucho. Y así prevalece hasta el día de hoy, rodando en llantas de automóviles a lo largo y ancho de todo el mundo.

¿Fue Charles Goodyear un hombre perseverante? No. Fue mucho más que eso. ¿Persistente, obstinado? No. Esas manifestaciones no alcanzan a calificar su viaje. Algunos podrían etiquetarlo como un fanático, y de alguna manera le harían más justicia así. Pero la virtud que explica su vida y sus logros se llama tenacidad. Un fanático se desenvuelve cerca de la irracionalidad, una persona tenaz tiene el juicio impecable.

La tenacidad emerge naturalmente en quienes rinden culto racional a la visión que tienen, los que están convencidos que la realización de sus sueños es una obligación que deben cumplir, y un derecho de los que les suceden.

Curiosamente, las personas tenaces no siempre se enfocan en la acumulación de riquezas. Ésa es una constante en la historia de los hombres GRANDES. Sus vidas no son cómodas en todos los casos, están, más bien, signadas por privaciones, sufrimientos y humillación.

Pero estos seres transforman el mundo, y permiten que otros con menor virtud, disfruten las cosas más placenteras que tiene la vida.

DATOS DEL AUTOR.-

Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.

Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”

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