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Ser humanos que hidratan a los demás

Mi esposa y yo tenemos una amiga que es muy entusiasta. Tenerla alrededor es muy agradable. Es del tipo de personas que te da gusto visitar o tenerla de visita en casa. Su carisma no depende de un talento natural específico, sino de su actitud. Cuando nos sentamos a platicar sus comentarios son alentadores; siempre sonríe y te dice lo maravilloso que eres para hacer algo. A pesar de que en ocasiones la vida la ha tratado con rudeza, su rostro no pierde la sonrisa ni su alma la esperanza. Estar con ella es como ir a la estación de gasolina para cargar combustible. Su entusiasmo te contagia y sales de allí motivado, de buen ánimo y con las baterías cargadas.

También conocemos a otra persona cuyo sello es opuesto al de la nuestra amiga. Este hombre verdaderamente sabe cómo encontrar lo malo en cada acontecimiento. La queja es su carta de presentación. Cuando no llueve maldice por la falta de agua y cuando el cielo derrama sus bondades se molesta porque la lluvia le incomoda. Si hace frío se queja por ello y si hace calor también. Constantemente critica al gobierno, los medios de comunicación, la iglesia y a sus vecinos y compañeros de trabajo. Su rostro suele estar duro; pareciera que sus músculos faciales fueran de cemento.

Cada vez que nos reunimos con este hombre nos sucede lo contrario a lo que pasa con nuestra amiga. En lugar de salir energizados de este encuentro salimos drenados; es como si hubiéramos conversado con una aspiradora de sueños y energía. A estos dos tipos opuestos de personas les llamo, humanos que hidratan y humanos que deshidratan, porque los primeros son una verdadera fuente de agua dulce y los segundos unos succionadores que parecen esforzarse por secar todo ánimo y esperanza.

¿Qué tipo de persona soy yo?, ¿qué tipo es usted? Cuando alguien más se acerca a nosotros, ¿le hidratamos o le deshidratamos? Es más, ¿le gusta a los demás estar a nuestro alrededor o es algo que evitan? Qué triste resulta que nos convirtamos en repelente de nuestros semejantes. Necesitamos asegurarnos que estamos siendo personas “Red Bull”, que tengamos la suficiente carga de taurina emocional que permita que quienes nos beban despierten sus anhelos y fe. A continuación describo tres acciones simples para convertirnos en fuente hidratante para nosotros mismos y para los demás:

1. Tenga un rostro “Sí”. ¿Le ha tocado hacer fila en el banco o algún otro lado y de sólo observar las caras de quiénes despachan saber quién quiere que le atienda y quién no? “Qué no me toque ése, mejor aquélla”. La razón es muy sencilla: las expresiones de sus rostros. Las personas que no deseamos que nos atiendan muestran un rostro adusto, serio, indiferente o en el peor de los casos agresivo. A estos les llamo “rostro no”. Como contraparte las personas que nos inspiran confianza y deseos de estar con ellas tienen un “rostro sí”. La diferencia es simplemente la sonrisa. Hay gente que se ha olvidado de sonreír. Si quiere saber qué tipo de persona es usted simplemente revise ahora mismo su foto en sus credenciales, licencias e identificaciones. Hágalo. Si descubre una cara no, decida transformarla sonriendo constantemente. Si observa en sus fotografías que está sonriendo, felicidades, tiene usted un rostro sí.

2. Vea lo bueno de la vida. Recuerdo un comercial de televisión que pasaban cuando era niño. En él se mostraba un vaso con agua hasta la mitad del mismo. El locutor simplemente decía: “hay quienes ven este vaso medio lleno y otros que lo ven medio vacío”. Esa es la diferencia entre una actitud pesimista y optimista. Los pesimistas justifican su actitud diciendo que se basan en la realidad de las cosas; pero la verdad es que ni el pesimista ni el optimista son realistas en sentido estricto; ambos interpretan las circunstancias que observan desde su propia perspectiva. Tener una actitud optimista no implica dejar de ver lo que sucede, sino verlo con un matiz de esperanza, enfocándonos en las posibilidades. Esto no sólo genera el efecto atractivo de personalidad del que hemos hablado, sino que también nos motiva a la acción, a continuar, a intentarlo. Quien cree que las cosas son viables, intenta obtenerlas. Quien piensa que no vale la pena o que no servirá de nada intentarlo, pues simplemente no lo hace. La realidad no es ni optimista ni pesimista, somos nosotros los que le damos esos tintes. Escoja el color que tiña de esperanza su realidad.

3. Deje de quejarse y de criticar. Nuestra boca puede ser fuente de agua dulce o de agua amarga. La queja la convierte en lo segundo. ¿Qué escucharía si grabara sus conversaciones cotidianas?, ¿qué tipo de agua produce su lengua? La cultura de la crítica y la queja enferma al ser humano, marchita el corazón, extermina la esperanza y destruye a los demás. La consecuencia que suele vivir una persona que constantemente se queja es la soledad, pues sus palabras repelen a los demás. Por si fuera poco las quejas no resuelven las cosas, sólo amargan el corazón de quién enfrenta el problema. Detenga sus críticas hacia los demás, no importa si es el gobierno, la iglesia, el trabajo, sus amigos o su propia familia. Decida hablar lo bueno, o por lo menos, dejar de hablar lo malo. Es mejor que crean que somos mudos a que confirmen que somos unos amargados.

La vida es muy corta para desperdiciarla enfocándonos en lo negativo de ella. Le invito a decidir convertirnos en personas que hidraten, no que deshidraten. Intentémoslo y descubriremos que a la mayoría de la gente le gusta compartir su tiempo y su vida con aquéllos que son fuente de esperanza, entusiasmo y energía.
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