El amaestrar a una pulga es un proceso bastante sencillo, basta con ponerla en un frasco transparente, tapándolo con una cinta y abriendo en ella unos huequitos para que la pulga respire. Aquel bichito cautivo, en su intento por salir del frasco, saltará, saltará y saltará, no haciendo más que lastimarse. Siendo inútiles todos sus intentos, la pulga desistirá de saltar, no lo hará una vez más en toda su vida. Puedes incluso sacarla ya del frasco y créeme algo, está nunca más saltará.
Las pulgas suelen saltar hasta 1.68 metros con facilidad, pero la que has metido en el frasco, no brincará más allá de 2 centímetros.
Reflexionando un poco en lo anterior ¿No somos a veces iguales a las pulgas?
Vemos personas a diario que desisten de saltar, sólo porque en algunas ocasiones fallaron, porque la inexperiencia hizo, lo que en el relato la tapita del frasco; y, aún cuando somos libres, cuando salimos de ese frasco (usualmente en esa época en que estamos en total capacidad de lograr el éxito, de saltar muy alto) no lo intentamos, porque nuestra mente se ha programado para caminar, porque en algún momento de nuestra vida el intentarlo fue inútil y nos quedamos con la idea de que es inútil intentarlo, pues es imposible.
A los elefantes les sucede algo similar. Unos meses después de nacer, son amarrados por sus domadores a un árbol, ellos intentan caminar, liberarse de ese yugo, pero como son bebes y no cuentan con la suficiente fuerza; no les es posible. Al crecer cuando pueden arrancar el árbol de quererlo, sólo es necesario atarlos a una liviana silla y de allí no se moverán.
La invitación es a que si aún no estás listo, no desistas, en lugar de eso prepárate, porque de seguro llegará tu momento, ese, en el que estarás en plenitud de condiciones para saltar muy alto, para arrancar con facilidad el árbol, para salir del frasco.