¡Ya tengo ideada la imagen del negocio!, ¡quiero lanzar mi emprendimiento de una buena vez!, es algo muy común que se le escucha decir a muchos emprendedores.
Sin duda para ser emprendedor hay que tener, entre otras cosas, una cuota enorme de PACIENCIA. Además, es bueno recordar que, ¡emprender no es soplar y hacer botellas!
Muchas veces, cuando tenemos una idea, creemos que ya tenemos un negocio. Si esto fuera tan simple, todos seríamos exitosos empresarios.
Una empresa, sea cual fuere, es el producto de una idea implementada correctamente en el momento y lugar adecuado. Con esta definición algo pomposa, pretendo expresar la necesidad de socializar a la idea, posicionarla fuera de nosotros, aunque nos pertenezca. Esto evita caer en el enamoramiento de nuestras ideas y el enceguecimiento que esto puede provocarnos.
Una idea de negocio debe ser sometida a una prueba de viabilidad operativa y comercial. De nada sirve que tengamos ideas imposibles de poner en marcha y/o que las mismas no cuenten con un mercado demandante.
Cuando hablaba de «socializar» a las ideas lo que quiero expresar, es la importancia que tiene no caer en la tentación de evaluarlas usando para ello la autoreferencia. Si esto sucede es muy posible que nos parezca estupenda y que imaginemos una larga cola de clientes deseosos de adquirir nuestro producto (bien o servicio). Vale aclarar que esto nada tiene que ver con ser optimista.
En esta etapa de evaluación no hemos invertido dinero, simplemente nos hemos dedicado a «jugar a que la llevamos adelante«. Con jugar me refiero literalmente a jugar como cuando éramos niños. Lo nuestro era un juego sagrado. Cuándo conducíamos un colectivo éramos conductores de colectivo y no había nadie ni nada que pudiera convencernos de lo contrario.
Ya grandecitos tememos equivocarnos y nos tomamos las cosas seriamente, con lo que dejamos de jugar, «sintiéndonos empresarios de ideas», en otros casos, “Le damos forma a las ideas de negocios”. Las emprolijamos tanto, las hacemos tan redonditas, tan perfectas, que se convierten en ilusiones. Es común que confundamos seriedad con rigidez.
Una vez que la idea la dejamos pasar por las pruebas de factibilidad, podemos sentirnos orgullosos y alegres por contar con un proyecto al que se lo deberá analizar nuevamente, con más detenimiento, para evaluar si es comercial y operativamente viable.
Surge entonces interrogantes como:
¿A quién le ofreceré mi producto?, ¿Cómo haré para que conozcan mi oferta?, ¿A quién le estaré quitando clientes? (competencia), ¿Cuáles son las ventajas y desventajas concretas frente a los actuales negocios establecidos?, ¿Cuál es el precio promedio de mercado del producto que ofreceré?… Vale repetir que no sirve la autoreferencia.
También es imprescindible conocer si puedo sostener operativamente el proyecto. Cuántos productos puedo elaborar con mi capacidad instalada, qué me haría falta para poder producir cantidad de mi producto, qué opinan aquellos que pueden ser potenciales consumidores sobre mi producto, cuál es el capital total que requeriría para poner en marcha el proyecto.
Esta etapa previa a lanzar un emprendimiento es extremadamente creativa, es cuando el espíritu del emprendedor hace su aparición. Es por eso que si me viene a ver un emprendedor que quiere fabricar camisas, lo mínimo que ese emprendedor debe mostrarme son algunas camisas que ha diseñado y elaborado. De nada sirven las palabras.
El emprendedor es la materia prima del proyecto. Sin él no hay emprendimiento.
Cuando intentamos darle mucha forma, nuestra idea se queda instalada en nosotros y no nos damos cuenta, o nos olvidamos, que los negocios se hacen en el mercado. Es tanta la fuerza social de las creencias sobre temas referidos a las actividades comerciales que muchos emprendedores se pierden en el camino intentando darle forma a alguna idea tomada como «la idea», imposibilitando el proceso de recrear a dicha idea. Incluso, en esta etapa también es posible matar ideas, para darle la bienvenida a otras nuevas.
Trabajar en un emprendimiento se asemeja a aquellos tiempos en los que jugábamos con arcilla. Amasábamos durante mucho tiempo, sin apuro. Todo emprendimiento requiere un tiempo de maduración que depende, como es obvio, de cada emprendedor.
Un emprendimiento, requiere, sobre todo, que nos desprendamos de las creencias que dan por sentados ciertos aspectos que puede ser que no sean tal como creemos que son.
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