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El Mejor Heladero del Mundo no es Pobre

¡Más todo lo contrario! Seguramente le va muy bien, igual que al mejor carpintero del mundo, el mejor jardinero, vendedor de periódicos, abogado, conductor de taxis o ingeniero electrónico. No importa en realidad Qué hacen, más bien Cómo lo hacen, y si son los mejores del mundo haciéndolo, no hay duda de que les va maravillosamente bien.

La fórmula de esto es muy sencilla, se llama Valor. Las cosas que valen son siempre muy bien apreciadas y demandadas. De una u otra forma. En cualquier lugar. En todo momento.

En el mundo profesional, el Valor de las personas está representado por la Calidad de las cosas que hacen, no necesariamente por las cosas que Saben, siempre por aquello que efectivamente Hacen. Porque no son pocos los casos de quienes saben pero finalmente no hacen cosas de concreto Valor. En esto la Calidad del desempeño exigen que se tiendan puentes entre la Aptitud y la Actitud, porque es ésta última la que finalmente posibilita que el Saber se materialice para beneficio.

Toda persona que desee triunfar profesionalmente en la vida debe perseguir ser “el mejor del mundo en lo que hace”, no el mejor de la empresa, del barrio, de la ciudad o del país, sino el mejor de todos. Ése es un individuo al que el destino le tiende la mesa para que se sirva todo lo que desee.

¿Existe acaso algún tipo de limitación para que Cualquier persona aspire y disponga ser el mejor del mundo en aquello que hace? ¿Algún argumento lógico que no se inscriba en la racionalización o contextualización forzada que tanto le gusta a la “mediocracia”? ¿O que no concluya por echarle culpas y facturas a los demás?

¿Tiene sentido para la objeción argumentar que como “no nací en Chicago” nunca podré ser el mejor heladero del mundo, o porque vivo en un país pobre, lleno de gente envidiosa y de dirigentes corruptos, nunca llegaré a ser el mejor en nada?

Queriendo ser prudente y humilde de corazón diré que no conozco la respuesta precisa, pero me animo a pronosticar que la preocupación es completamente infundada, incluso para una sociedad que esté sometida a las más duras pruebas y a los infortunios más grandes. Y esto por una razón que también es simple: el espíritu humano es increíblemente resistente, poderoso y creativo. El ser humano “pare” lo mejor de sí precisamente ante las condiciones más adversas. Existen miles de años de historia y de acontecimientos que así lo testifican.

La razón de no ser “el mejor del mundo” es más bien de completa responsabilidad personal. No lo somos porque no queremos serlo, no lo pretendemos y ni siquiera lo pensamos. Esto se encuentra más allá de las fronteras que nuestra visión contempla.

Existe también algo del “no poder” aparte del “no querer”. Y aquello también por otra razón sencilla: muchos optamos por ejercer oficios y labores que no son coherentes con nuestros dones, aptitudes y habilidades; oficios y labores que no nos place ejecutar, que no nos completan como individuos, que no hacen sonar esa “campanita” del amor propio, de la satisfacción, del bienestar y de la felicidad. Y así, por supuesto no nos completan. Si apenas existe motivación para hacer aquellos que hoy hacemos, ¿Cómo la habrá para ser el mejor del mundo?

Es un error fundamental elegir como oficio de vida algo que no se ajusta a la disposición, al básico talento y al contentamiento. Ése es un pésimo punto de partida. Todos los seres humanos, absolutamente todos, tienen algún don o habilidad que los distingue básicamente de los demás, y si el oficio de vida parte de ése punto puede llegar mucho más lejos que si no lo hace.

Es posible que finalmente la Vida pueda ser entendida como un desenvolvimiento complejo de hechos y eventualidades, o que debamos asumir que no es fácil transitarla, pero la mayor parte de las dinámicas que la componen tienen raíz en cosas muy simples. Una de ellas es que mejor se harán las cosas en cuanto más guste hacerlas y mayor satisfacción produzcan. Cuando uno está haciendo algo que lo contenta, puede fácilmente aspirar a ser el mejor de todos en ello, y allí desencadena un circuito de valor ilimitado, que concluye beneficiando a todos alrededor.

Ésta es también la única forma de alcanzar la Libertad genuina, de no depender de la asignación de Valor que otras personas determinen y que finalmente condicione la calidad de vida que uno lleva. Si uno mismo no construye su propio Valor, entonces permite que otro lo haga, en sus propios parámetros y de acuerdo a su estricta discreción. Son millones los seres humanos que hoy viven (algunos dicen sobreviven), bajo la égida del Valor que les asignan otros, y que terminan así el fugaz paso que todos tenemos sobre la tierra. En empleos que desprecian y que los desprecian, en oficios que se ven “obligados” a realizar porque no entienden que puedan existir opciones. Un sino de vida determinado por “alguien más”. Cuando uno pregunta por qué deben entenderse estas cosas como ineludibles o “normales”, las respuestas son ésas mismas que ya “brillan” por el uso excesivo y ocioso que se les da: “así funciona el mundo”, “ése es el Sistema”, “hay que ganarse la vida de alguna forma”, “qué otra opción queda”, “algo siempre es mejor que nada”.

Todas estas respuestas son más dañinas que el propio mal. Porque finalmente establecen soporte para lo inadmisible, ayudan a que las raíces de lo absurdo alcancen cada vez más profundidad en mala tierra. Esta forma de pensar le da muy poco valor a la propia Vida, porque no creo, desde ningún punto de vista, que la Vida sea una condena, que deba además ser cumplida en marcos estrictos de carencia y mediocridad. El mundo se jacta de estar avanzando al establecer enunciados de Derechos Humanos básicos cuando éstos en realidad nunca pueden establecerse entre lo “mínimo indispensable”. El ser humano tiene derecho a trascender, a ser grande de verdad, a dejar su huella en este planeta, a ser feliz o al menos caminar siempre en la senda que eventualmente conduce a ella. No puede haber margen para lo mediocre en la definición de ésos derechos, porque mediocre no puede ser el destino establecido para la humanidad.

Mediocre es la forma de pensar de ésa familia que visualiza una mejor vida para el hijo en la premisa de hacerlo Doctor o Ingeniero, mediocre la idea de quién convierte la adquisición de una casa en una inversión de toda la vida, mediocre la mentalidad del profesional que se gobierna por la ley del menor esfuerzo, mediocre aquel que se desempeña en un empleo que no le agrada y que no le asigna ningún valor, mediocre quién se levanta todos los días arrastrando los pies para acudir a un trabajo que de todo corazón evitaría, mediocre quién además lo hace con el argumento de estar pensando en la familia y en lo hijos que “necesitan comer”, mediocre quién suspira con pena al alba de cada lunes y sonríe con la puesta de sol de cada viernes, mediocre quién odia a su jefe porque es más fácil que odiarse a sí mismo, mediocre quién ajusta su vida a la consigna de que ya llega la “quincena” o el “fin de mes”, mediocre el intelectual que a título de “solidaridad” promueve la vigencia de éste “sistema discapacitado” o solicita encendido en ira que sean las “clases dirigentes” los que acaben con él, mediocre quién piensa que son “otros” los que están obligados con él, mediocre quién siente que si hubiera “nacido en Chicago” otro fuese su destino porque los mismo mediocres existen allá, y la mediocridad es mochila de viaje del mediocre allá donde éste va.

La forma para salir de éste grosero circuito de pobreza espiritual, mental y material es sencilla y está al alcance de todos: ¡hay que convertirse en el mejor heladero del mundo!, vale decir:

  1. Elegir como oficio de Vida alguno coherente con los dones, aptitudes y disposiciones personales.
  2. Ser el mejor del Mundo en ése oficio.

Estos dos elementos producen VALOR y eso es todo lo que se necesita para que el bienestar llegue progresivamente.

Porque como bien saben los que saben, la Fortuna no se busca de forma directa, la Fortuna lo alcanza a uno en el camino, cuando en él se están haciendo las cosas que producen contento y se las está haciendo mejor que nadie.

¿Difícil? Piénselo bien: DIFÍCIL es vivir como lo estamos haciendo…, o como lo dirían otros: sobrevivir es siempre más difícil que vivir.

DATOS DEL AUTOR.-

Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.

Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”

WEB: www.elstrategos.com

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