Usted seguramente sabe que es mejor decidir teniendo suficientes elementos de análisis, que «arrojando una moneda al aire». Ciertamente, reunir información y analizarla es muy importante cuando se toman decisiones… siempre y cuando se las tomen!
Más de una vez, nos encontramos pensando -o diciendo- cosas como «necesito estudiar más el asunto»; «investiguemos más a fondo»; «conviene pedir otra opinión»; o «aún no estoy seguro» . Estas expresiones y pensamientos pueden ser reflejo de una justificada búsqueda de seguridad, o de un estado muy improductivo, que se conoce como «parálisis analítica».
La parálisis analítica surje cuando colocamos tanto énfasis en el proceso de análisis, que quedamos atascados en él y no llegamos a decidir. Cuando se convierte en hábito, este estado termina impregnando cada vez más decisiones, hasta llegar a las más simples y triviales, como qué marca de jabón comprar.
Especialmente frente a decisiones delicadas, difíciles o complejas, es muy común entrar en un círculo vicioso de ansiedad informativa: buscamos y acumulamos más y más información, porque sentimos que nunca alcanza. Esta búsqueda de material «ad infinitum» agrava la parálisis analítica, ya que ni siquiera nos permite tomar la decisión básica de procesar la información y sacar algo en limpio de ella.
Las organizaciones son aún más vulnerables a padecer parálisis analítica, que los individuos. Ya que, como práctica habitual, antes de decidir sobre un asunto realizan reuniones; encuestas; evaluaciones; estadísticas; estudios de costos y beneficios; se consultan especialistas; se comparan pros y contras; etc… En muchos casos estos análisis contribuyen a que se tomen mejores decisiones, pero en muchos otros… las paralizan!
Este mal hábito es muy común y natural, porque creemos que -mientras más información reunamos- desarrollaremos un mejor criterio de decisión. Sin embargo, muchas veces ocurre lo contrario: a mayor cantidad de datos, más dificultad y confusión tenemos para adoptar un criterio.
La parálisis analítica aparenta ser un problema metodológico, pero -en realidad- es un problema emocional, que surje producto del miedo a tomar la decisión incorrecta. Por miedo, muchas veces asumimos que no podemos decidir hasta no tener mayor información, cuando en realidad no queremos y la posponemos, justificándonos en la insuficiencia de datos. Además, tendemos a anticipar las consecuencias de cada elección, sobre todo las negativas.
Esta anticipación de resultados negativos va asociada a un mecanismo que se conoce como arrepentimiento anticipado y que funciona como una «decepción por adelantado». El arrepentimiento anticipado nos lleva a la inacción (indecisión), porque nos ofrece una seguridad emocional: creemos que es peor si algo falla por acción, que si ocurre por omisión. Saber que se podría haber evitado nos produce mucha más culpa, que saber que se podría haber hecho…
Ante algo que no es urgente, es fácil posponer la decisión porque sentimos que «hay tiempo». Pero (aunque no se trate de una emergencia) toda decisión es «crítica» ya que, mientras más tiempo pase, más probable es que el problema crezca, o de lugar a uno nuevo. Toda decisión debe tomarse en un tiempo prudencial, porque diferirla sólo complica las cosas. Cambiar un mal hábito alimentario no es tan urgente como operar una apendicitis, pero si no lo hacemos, nuestra salud también resultará perjudicada.
Nos guste o no, siempre decidimos basándonos en información incompleta, sean decisiones pequeñas e irrelevantes (elegir una película en el video-club), o grandes e importantes (elegir la escuela de nuestros hijos). Esto no significa que debamos decidir de forma intuitiva, aleatoria, arbitraria, o apresurada… pero es conveniente reconocer que no tenemos un «absoluto» control de la situación. Creerlo no es más que una fantasía, que alimentará la inacción!
Para evitar la parálisis analítica, en primer lugar necesitamos establecer límites: tanto de tiempo, de información, como de métodos. Marquemos un límite de tiempo para las decisiones que tenemos por delante y procuremos respetarlo. Limitemos también la cantidad de información que reunimos para decidir. Evaluemos: ¿hasta dónde hace falta leer? ¿hasta dónde escuchar? ¿hasta dónde preguntar? ¿hasta dónde comparar? Finalmente, escojamos un método de decisión y acatémoslo: ¿tomaremos la decisión solos? ¿nos reuniremos con otras personas y entre todos decidiremos? ¿propondremos una votación, o buscaremos llegar a un consenso? ¿delegaremos la decisión en alguien más? Si comenzamos utilizando un método y luego pasamos a otro y más tarde a un tercero, lo más probable es que no lleguemos nunca a una decisión definitiva…
También, observemos la decisión que tenemos por delante con una visión integral. Analicemos cuántas decisiones dependen de la nuestra, quiénes pueden necesitar (y estar esperando) una respuesta de nuestra parte, qué procesos están siendo demorados por nuestra indecisión, etc… En este sentido, la parálisis analítica no se vence simplemente teniendo coraje para asumir algunos riesgos y responsabilidad para aceptar las consecuencias, sino también teniendo consideración hacia los demás.
Tomar decisiones es un acto de equilibrio: si nos apuramos, podemos pasar por alto información importante y elegir erróneamente. Pero si nos movemos demasiado despacio y cautelosamente, las buenas oportunidades pueden pasar… Haga un repaso de los problemas, errores y desaciertos de su vida y pregúntese: ¿cuántos fueron resultado de decisiones incorrectas… y cuántos de decisiones no tomadas, o no tomadas a tiempo?
La próxima vez que se encuentre buscando y analizando información para decidir, tome distancia y evalúe si no está padeciendo de «parálisis analítica». Ante la mínima sospecha, póngale un límite a su análisis. Un límite que será… decisivo!
¿Cuántas veces lo has pensado y no lo has hecho?
¿Cuánto más esperarás?
Decídete ya!
«La mejor decisión que podemos tomar es la correcta,
la segunda mejor es la incorrecta,
y la peor de todas es ninguna.»
– Theodore Roosevelt –