A modo de presentación
En Teoría Económica, al comienzo del Siglo XXI, basta con hacer tres preguntas a un grupo de economistas para, según las respuestas, establecer claramente las escuelas de pensamiento a las que pertenecen. Si el tema fuese «Crecimiento Económico» las preguntas serían:
- 1. ¿Basta el estudio del funcionamiento del mercado para explicar lo más relevante del Crecimiento Económico?
- ¿El funcionamiento de los mercados asegurará el uso eficiente de los recursos en el caso del Crecimiento Económico?
- ¿Se desea corregir los resultados que el mercado proporciona en relación con el Crecimiento Económico?
Las tres preguntas hacen referencia a un sistema de creencias, pero mientras que las dos primeras se refieren a cómo se cree que son las cosas, la ultima incide sobre la postura que se debe adoptar. Nosotros usaremos las primeras para clasificar y la tercera para evitar una posible confusión.
La ortodoxia dominante, entendiendo con ello el núcleo de lo que se enseña en las más prestigiosas universidades de los Estados Unidos de América, contesta con un rotundo Si a las dos preguntas iniciales. La contestación que ofrezca a la tercera nos será, de momento, irrelevante.
Esa ortodoxia afirmará que basta estudiar el funcionamiento de los mercados para entender lo más significativo del crecimiento económico, y que del adecuado funcionamiento de los mercados se deducirá el uso eficiente, y particularmente el pleno empleo, de los recursos existentes.
La relevancia de los mercados y su equilibrio
Consideremos el Cuadro I. En él siempre se parte, y siempre se vuelve, a un recuadro donde aparecen escritas las palabras: Leyes, Mercado y Creencias. Indicamos con eso que en cualquier sociedad moderna los problemas económicos generales y particulares se resuelven bien utilizando las leyes, bien usando el mercado, bien recurriendo a los distintos sistemas valorativos.
En un fenómeno como el del Crecimiento Económico queda claro que es sumamente relevante tanto el marco legal existente, como el funcionamiento del sistema de precios, y como la referencia al retículo valorativo.
En ese marco formulamos la primera de las preguntas: ¿Basta con el estudio de los mercados para entender lo fundamental del desenvolvimiento económico de los países? La respuesta que se ofrezca a esa pregunta separará la literatura del Crecimiento de la del Desarrollo. Responder NO a esa pregunta significa tener que recurrir necesariamente a los entramados legales y valorativos para poder entender eso que denominamos Desarrollo Económico. Contestar SI significa entrar en aquello que conocemos como Crecimiento Económico, donde el mencionado desenvolvimiento económico se examinará exclusivamente bajo la óptica del mercado. Habiendo contestado SI a la primera de las preguntas nos enfrentamos con la segunda: ¿Asegura el funcionamiento de los mercados el uso eficiente de los recursos y en particular el pleno empleo de capital y trabajo? La respuesta separará las construcciones keynesianas de las neoclásicas.
Un NO significa – Ver Cuadro I – la vuelta a Leyes, Mercados y Creencias, porque tanto el aspecto legal de los presupuestos del Estado y de la intervención pública, como la faceta de creencias que hay tras esa imaginación del futuro a la que denominamos formación de expectativas, resultan elementos básicos a la hora de poder entender, y tratar de solucionar, los problemas de desempleo de capital y trabajo inherentes al funcionamiento de los mercados.
La ortodoxia ha contestado SI a esta pregunta, e independientemente de la respuesta que ofrezca a la tercera, se detendrá a explicitar cuál es el mecanismo concreto con el que los mercados logran automáticamente el doble pleno empleo de trabajo y capital.
El problema que ha llevado a los keynesianos a contestar NO a la pregunta anterior puede plantearse de forma sencilla: En un sistema económico continuamente se producen máquinas nuevas que incorporan un cambio técnico. En ese mismo sistema, también continuamente, y como resultado de los movimientos migratorios y del crecimiento demográfico, aparecen nuevos individuos con capacidad de trabajar. Es fácil imaginar una tasa de crecimiento económico que proporcione empleo a todos los individuos que pueden y desean trabajar, y es también fácil de imaginar otra tasa de crecimiento que garantice el uso de todas las máquinas. Pero ¿serán iguales esas tasas?
Y en relación no con el posible, sino con el crecimiento real: ¿Se igualará este crecimiento a la tasa que garantiza el pleno uso del capital pudiendo aparecer desempleo de trabajo?, ¿O se igualará a la tasa que garantiza el pleno empleo del trabajo dejando posiblemente desempleado el capital? ¿O quizá ni lo uno ni lo otro creciendo a un ritmo que de lugar a desempleo de ambos factores?
El problema no está en encontrar los valores las tasas que garanticen un crecimiento equilibrado sino en hallar, como hace la corriente ortodoxa, unos mecanismos automáticos – ver Cuadro I – que conduzcan precisamente a esas soluciones de equilibrio.
Bajo esta concepción ese equilibrio se alcanzará bien por la elección dentro de la variedad de técnicas existentes de aquella que ofrezca la relación más conveniente entre la producción y el capital necesario; bien por el establecimiento de una adecuada tasa de ahorro; bien por las modificaciones en la población potencialmente activa; o bien por la consecución del ritmo más conveniente de progreso técnico.
Pero, independientemente del mecanismo de ajuste propuesto, la ortodoxia debe contestar – Ver Cuadro I – a una última pregunta que, como antes dijimos, no nos servirá para matizar la clasificación, sino para evitar una confusión.
La vuelta al origen, la apelación a la necesidad de un Estado y un sistema valorativo es común a todas las escuelas, pero la forma en que aparece esa necesidad y, consecuentemente, las demandas que de ese Estado y de ese retículo valorativo se realicen, serán profundamente diferentes.
El primer regreso en el Cuadro I a la casilla «Leyes, mercado y creencias» es la correspondiente a la literatura del Desarrollo Económico, que señalará al Estado y a los sistemas culturales como elementos básicos e imprescindibles tanto para entender el fenómeno del desarrollo económico como para gestionar su dirección.
A continuación el segundo regreso al origen estará protagonizado por los economistas keynesianos quienes propondrán soluciones de política económica absolutamente necesarias para poder obtener el uso eficiente de los recursos.
La tercera flecha de regreso del Cuadro I señala a algunos economistas ortodoxos que sugerirán intervenciones del Estado y el recurso a Instituciones Valorativas para tratar de corregir los resultados indeseables – pobreza, desigualdad extrema – que el sistema de mercado provoca.
Los fundamentalistas del mercado, por último, exigirán un Estado mínimo que defina y defienda los derechos de propiedad, garantice el cumplimiento de los contratos, y provea de los bienes públicos imprescindibles para que el mercado pueda realizar su cometido.
Primer dilema: crecimiento o desarrollo
En Teoría Económica hablamos de periodo clásico como aquel que va desde 1776 con la publicación de La Riqueza de las Naciones de A. Smith hasta 1890, año en el que los Principios de A. Marshall señalan otra forma de enfocar el problema económico. Pues bien ninguno de los autores de este periodo podría hoy en día explicar en la Universidad ni siquiera los fundamentos más elementales de lo que se considera Teoría del Crecimiento. Sus clases, sin embargo, estarían llenas y serían tan interesantes hoy como pudieron serlo ayer si lo que explicasen fuese Desarrollo Económico.
El Cuadro I no está confeccionado para clasificar a los autores de ese periodo y probablemente dichos autores tendrían dificultades incluso para entender el significado de las preguntas que en ese Cuadro aparecen. Pero una vez aclarada la intención, la gran mayoría contestaría con un NO rotundo a la primera de las cuestiones aunque pienso que se apresurarían a matizar esa negativa.
Estos autores clásicos estudian la economía para poder entender el profundo cambio social que están presenciando. Creen que lo económico es el elemento dinamizador de lo social, y que precisamente dentro de lo económico es el mercado quien ocupa el papel básico en esa dinámica.
Pero que sea el mercado el núcleo de los elementos dinamizadores no significa que sea el mercado el único elemento de interés. Precisamente el mercado se estudia para poder explicar el desenvolvimiento económico de las naciones: un proceso continuo de génesis y absorción de productividad donde lo valorativo, lo legal y el propio mercado interactúan y evolucionan.
La contestación que esos autores clásicos podrían haber dado a la segunda de las cuestiones habría sido diversa y desde luego muy matizada. Si entendieran la pregunta en el sentido de que, en el lenguaje de la época, no pudieran darse crisis de superproducción, la respuesta sería distinta: J.B. Say y D. Ricardo defenderían la existencia de un mecanismo automático que imposibilitaría tales crisis, T.R. Malthus y K. Marx estarían radicalmente en contra.
Y de nuevo todos contestarían que SI a la tercera de las preguntas. La Economía Política que todos ellos estudian o enseñan es la base para el diseño de una política económica en su acepción más amplia; entienden el mundo para poder transformarlo.
Ese espíritu clásico es el que sigue presente en la literatura del desarrollo económico donde, autores como G. Myrdal o A. Lewis representan en el Siglo XX visiones actualizadas pero con la misma perspectiva que la que mantuvieron los autores clásicos en el Siglo XIX y finales del XVIII.
Pero no seguiremos en estas páginas ese atractivo camino. Tendremos que centrarnos en la parte más sustantiva de la política económica y en lo más profundo del debate científico e ideológico que ha caracterizado todo el siglo XX: los límites del mercado.
El segundo dilema: Say o Keynes
Siguiendo el camino de la ortodoxia, y habiendo contestado SI a la primera de las preguntas del Cuadro I, nos enfrentamos con la segunda: la que hace referencia a los mecanismos automáticos de generación de equilibrios estables.
Ya antes habíamos hecho referencia a que, frente a esta pregunta los propios autores clásicos estaban divididos. Por un lado estaban aquellos que creían en la vigencia de la llamada Ley de Say – que puede formularse como «la oferta crea su propia demanda» – y que en consecuencia las crisis de superproducción carecían de sentido; por otro lado estaban sus detractores.
En todo el periodo neoclásico – que iría desde la mencionada publicación de los Principios de A. Marshall en 1870 hasta la difusión de la Teoría General de J.M. Keynes en 1936 – la vigencia de la Ley de Say se vinculó con el funcionamiento correcto de los precios, de tal forma que bastaba con la existencia de mercados flexibles para que estuviera vigente la mencionada Ley.
La visión keynesiana acaba con el dominio teórico de la Ley de Say. Con toda la flexibilidad que se quiera dar a los mercados, la existencia de un tiempo histórico, donde el pasado está dado y no se puede cambiar y el futuro es incierto y no se puede conocer, permite que pueda aparecer un desempleo involuntario masivo y persistente.
La génesis de los modelos de crecimiento: Harrod y Domar ; Solow
Tres años bastaron para que el problema del desempleo que Keynes había planteado a corto plazo fuese propuesto también a largo plazo por R. Harrod en 1939 y por E. Domar en 1947. Básicamente se planteaban dos cuestiones: la primera era que a largo plazo la inversión no sólo podía ser considerada, como se hacía a corto plazo, generadora de demanda efectiva y creadora de puestos de trabajo, sino que ahora, a largo plazo, al incrementar de forma apreciable el stock de capital, había que considerarla también como generadora de capacidad productiva.
Por ello si la «tasa real»- a la que crece efectivamente la economía – resulta inferior a la «natural» – a la que debería crecer para usar todos los recursos laborales – y a la «garantizada» -la necesaria para utilizar toda la capacidad productiva instalada – aparecerá simultáneamente desempleo de trabajo y de capital.
Pero adicionalmente, y esta es la segunda de las cuestiones, la señal que envía el mercado muestra el camino contrario al que se debe seguir. Si la tasa de crecimiento real se produce desempleo de trabajo y de capital, ¿Qué empresas a la vista de sus máquinas paradas van a elaborar planes de inversión en nueva maquinaria? Y sin embargo únicamente las máquinas dejarán de coger polvo si colectivamente se fabrican nuevas máquinas que generen la demanda efectiva suficiente como para que las viejas vuelvan a utilizarse.
La respuesta neoclásica se retrasó. Veinte años después de la publicación de la Teoría General de Keynes, diecisiete años desde el cuestionamiento de Harrod y casi diez años después del replanteamiento del mismo problema por Domar llegó la respuesta neoclásica en un artículo de R. Solow de 1956 que constituyó la base de la ortodoxia vigente.
Este trabajo no se presentó como lo que realmente era: una contestación neoclásica a las dudas keynesianas. Los trabajos iniciales de Solow y sus seguidores aparecieron para dar una explicación a lo que se denominó «el factor residual» o bien «el residuo de Solow». El problema originario, presentado como empírico, se centraba en las fuentes del crecimiento económico. Diversos autores encontraban que ese crecimiento no podría explicarse recurriendo exclusivamente a la acumulación de trabajo y de capital y que debía darse entrada a una nueva variable, que sería el progreso técnico.
Para diseñar un marco analítico donde analizar este fenómeno Solow presentó un modelo en el que el pleno empleo del trabajo se daba por supuesto, y en el que recurriendo a la posible elección entre una variedad de técnicas, siempre era posible encontrar una solución en la que, en términos de los viejos planteamientos de Harrod, la tasa «real» se igualaba a la «natural» y a la «garantizada». El problema keynesiano había desaparecido.
Los mecanismos de ajuste
La respuesta SI de la escuela neoclásica a la segunda pregunta supone la posibilidad de que las tres tasas – «real», «natural y «garantizada» – coincidan, y que además a esa coincidencia se llegue de forma automática.
La corriente mayoritaria afirmará que dada la variedad de tecnologías existentes siempre se podrá encontrar una que evite el problema planteado.
Pero el ajuste entre las tasas también se podrá dar recurriendo a cambios en la tasa de ahorro, esto es en el ritmo con el que se incorporan nuevas máquinas al sistema, o mediante modificaciones en la población que hagan variar el ritmo de incorporación de los individuos al «mercado de trabajo».
Por último y dado que la creación de puestos de trabajo es un resultado del crecimiento de la producción y del ritmo de crecimiento de la productividad, si se mueve convenientemente este último se logrará hacer frente a cualquier tasa de crecimiento demográfico. Este tipo de ajuste- en el que la tasa de variación del progreso técnico es un resultado del crecimiento demográfico, de la tasa de ahorro y de la técnica utilizada – modelos de crecimiento endógeno – pugna en la actualidad con el recurso a la variedad de técnicas para ocupar el papel central dentro de las soluciones ortodoxas a los problemas del crecimiento económico.
De todos los mecanismos de ajuste neoclásicos éste es precisamente el único que verdaderamente ofrece una explicación del crecimiento económico, ya que en última instancia la renta per capita de cualquier población depende del valor de la productividad y el crecimiento de esa renta per capita sólo es posible de forma continua y prolongada si se incrementa, también de forma continua y prolongada, el valor de la productividad.
En los otros procesos de ajuste, ya sea el de la variedad, ya sea el de la población, ya sea el del ahorro, la tasa de variación de la productividad se determinaba de forma exógena, es decir ajena al modelo. En los modelos de crecimiento éndógeno, como la propia expresión indica, la tasa de variación de la productividad queda determinada, esto es «explicada», dentro del modelo.
Acuerdos entre keynesianos y neoclásicos
Dado que, como decíamos, la elevación permanente de la renta per capita sólo puede sustentarse en un también aumento permanente de la productividad, si lo que nos interesa es el crecimiento de esa productividad, dentro de las teorías económicas del crecimiento sólo existen dos que nos proporcionen una información relevante: El modelo al que nos hemos referido como Harrod- Domar nos informa de los límites a ese incremento de la productividad y de la dificultad de alcanzarlos y mantenerlos; los modelos neoclásicos de crecimiento endógeno nos indican cuáles son las variables que inciden en esa mejora creciente de la productividad.
El planteamiento de Harrod y Domar y de los seguidores keynesianos nos indicaría que si realizamos las políticas económicas para mantener el pleno empleo del trabajo y el capital, cuanto mayor sea la tasa de ahorro, menor la relación capital producto, y menor también el crecimiento de la población potencialmente activa (y si queremos añadir: y cuanto menor sea la tasa de depreciación) mayor podrá ser el aumento de la productividad y, consecuentemente, del crecimiento tendencial de la renta per capita.
Los modelos de crecimiento endógeno nos indican la misma relación aunque insistiendo en que al pleno empleo de trabajo y capital se accederá de forma automática siempre que se deje actuar a los mercados.
Formulemos entonces los posibles acuerdos: por más afinadas que sean las políticas económicas necesarias (Harrod -Domar) y por más que funcionen a la perfección los mecanismos automáticos, la tasa de crecimiento de la productividad y de aquí la tasa tendencial de crecimiento de la renta per capita sólo podrá ser muy elevada en la medida en que la tasa de ahorro también lo sea, la relación entre el capital existente y el producto obtenido tome valores reducidos, y el ritmo de crecimiento de la población potencialmente activa sea moderado.
Para la corriente neoclásica el resultado será automático, y para los keynesianos dependerá de la habilidad en el diseño y uso de la política económica, pero para unos y otros la posibilidad de un elevado crecimiento sostenido de la renta per capita descansa en altas tasas de ahorro, en valores reducidos de la relación capital producto y en magnitudes pequeñas de crecimiento de la población potencialmente activa. Y esto, creo, es un sustancial acuerdo.
Estado y comercio exterior
En el debate ideológico para el que fueron diseñados en el fondo los modelos, las espadas siguen en alto. La intervención de un Estado es absolutamente necesaria, dicen unos, para diseñar una política económica que permita un crecimiento económico sostenido. A ese tipo de crecimiento económico, dicen los otros, se llegará de forma automática precisamente en la medida en que el Estado no interfiera con el mercado.
Sin embargo, ya sea porque funcionen los mecanismos automáticos o porque exista una intervención pública constante y hábil, el crecimiento sostenido dependerá de los valores que tome el ahorro, del tipo de tecnología existente y de los aspectos demográficos.
¿Qué podemos extraer desde el punto de vista realista del «desarrollo económico» de los acuerdos establecidos en el «crecimiento económico»?
Creo que tanto los modelos originales de Harrod y Domar como en la respuesta neoclásica de Solow, en la medida en que se centraban en problemas esenciales de coordinación económica, se prescindió tanto del sector público como del exterior puesto que su introducción desviaba la atención del problema fundamental.
Cuando consideramos la existencia de un sector público y un sector exterior el significado de la «tasa de ahorro» varía. Esa tasa de ahorro estará compuesta en este nuevo marco de la tasa de ahorro privado más la tasa de ahorro público (el superávit de ingresos menos gastos) más la tasa de ahorro exterior (el déficit de importaciones sobre exportaciones).
Y ahora ese aumento de la tasa de ahorro, que eleva automáticamente la tasa de crecimiento de la productividad en los modelos neoclásicos de crecimiento endógeno, o que con habilidosas políticas económicas también lo permitirían en los modelos keynesianos, cobra su especial relevancia.
En países pobres en los que la tasa de ahorro privado es necesariamente muy baja, políticas de ahorro público con altos impuestos en relación con el gasto del Estado, o situaciones de endeudamiento exterior con elevadas importaciones de maquinaria que permitan la mejora tecnológica imprescindible para el incremento estable de la renta per capita, adquieren todo su sentido.
Tales políticas actuarían de forma automática en la concepción neoclásica, pero bajo la perspectiva keynesiana, en cuanto producirían a corto plazo profundas depresiones en la demanda efectiva, tendrían que ser cuidadosamente estudiadas y diseñadas para conseguir su objetivo final.
El relieve que adopta nuestro conocimiento una vez que introducimos el sector público o el exterior no parece gustar a los fundamentalistas neoclásicos y así tenemos que advertirlo. Para ellos, dado que a largo plazo tanto el ahorro público como el exterior se anulan dado el requerimiento de equilibrio presupuestario y de la balanza de pagos, únicamente el ahorro privado aparece como elemento potenciador de un crecimiento estable.
Ahora bien, de la misma forma que un mayor ahorro público que se dedique a una amortización de la deuda o un déficit comercial que llene de productos de lujo importados las casas de los más ricos no tendrá la más mínima influencia en el crecimiento tendencial de la renta per capita, un mayor déficit publico dedicado al pago de sobresueldos a corruptos que colocarán esas sumas en el exterior declinará el bienestar por dos motivos: en primer lugar porque reduce la tasa general de ahorro, y en segundo lugar porque tampoco se traduce en un aumento de la demanda efectiva interior.
Sin embargo hay un aumento del gasto público que, aunque tienda a disminuir en un primer impacto el crecimiento de la productividad en cuanto su influencia negativa sobre la tasa de ahorro global, tiende a mejorar ese crecimiento en la medida en que induce una la reducción de la magnitud de la relación capital producto.
La relación capital producto nos indica precisamente la magnitud necesaria de capital privado para producir una unidad de producto. Y aquí el recurso al conjunto social de leyes, mercado y creencias cobran de nuevo toda su importancia.
Comencemos por la última flecha de vuelta al conjunto social original en el Cuadro I. Los gastos en ese Estado mínimo que garantiza la definición y defensa de los derechos de propiedad es un gasto que, aunque con incidencia negativa sobre el ahorro global, puede compensarlo en cuanto minimiza los gastos de capital necesarios para asegurar una producción que no será robada ni expoliada.
Y también la penúltima flecha aparece ahora con todo su significado. El gasto publico dirigido a corregir los elementos más indeseables del funcionamiento automático del mercado reducirá sin duda tasa de ahorro global, pero quedará compensado por la reducción en el capital necesario para reclutar una población sana, educada y pacífica que elevará la eficiencia del trabajo.
Como también en el mismo sentido puede interpretarse la flecha keynesiana. El gasto público vinculado al diseño de una política económica que garantice el pleno empleo del trabajo y capital reducirá sin duda la tasa global de ahorro, pero quedará compensado con la reducción del capital necesario para realizar una producción estable que siempre tendrá asegurada su demanda.
Y por último, bajo la perspectiva del Desarrollo Económico, el gasto público dirigido a la construcción de una sociedad en la que el mercado sólo sea una parte limitada del aspecto económico, reducirá por una parte el ahorro global, pero esa reducción quedará compensada por la disminución en el capital necesario para garantizar una producción que utilizará adecuadamente las infraestructuras y otros recursos públicos, y que estará protegida no por la actuación de un terrible y costoso Estado militar y policial sino por los valores imperantes en el retículo social. Una sociedad en fin articulada en torno a Leyes, Precios y Creencias en la que el mercado será más eficiente porque habrá encontrado su dimensión óptima.
Bibliografía:
- Higgins, B: Economic Development, Principles, Problems and Policies, W.W. Norton, New York, 1959.
- Thirlwall, A.P.:The Nature of Economic Growth, Edward Elgar, Cheltenham, 2002.
C.V.-David Anisi es Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico en la Universidad de Salamanca y autor, en Alianza Editorial, de Modelos Económicos, (1984), Tiempo y técnica (1987), Trabajar con red (1988), Jerarquía, Mercado y Valores (1992) y Creadores de escasez (1995)