Permítaseme esta pequeña pero necesaria apología.
Encuentro útil invertir un poco de tiempo en reconocer la labor de los emprendedores (llámeselos, con justicia, Empresarios). El pragmatismo que exige el análisis permanente de la dinámica empresarial y del mundo de los negocios, impide muchas veces el indispensable entendimiento de ciertas relaciones causales fundamentales.
Una de ellas es, por supuesto, la que determina la invaluable contribución del Emprendedor en el ciclo económico y en la vida de los mercados. Conocer y reconocer esto constituye elemento de estudio vital para el académico y el profesional entendido en las artes de gobierno organizacional.
El Emprendedor es la persona que identifica, concibe y desarrolla un Negocio. A partir de este hecho de importancia incomparable en la dinámica económica universal, se forman las organizaciones empresariales. Sin la participación del Emprendedor no es posible explicar la fenomenología empresarial, pues el mismo término alude a un “emprendimiento” efectuado por alguien, en algún momento.
El Emprendedor es, por supuesto, un actor completamente diferente al elenco que tiene a su cargo la gestión organizacional. El Empresario no necesariamente es un Gerente o un Director, pero es en todos los casos, aquel que ha hecho posible que estos otros existan y tengan sentido en la Organización.
El Negocio entendido en su acepción etimológica proviene del vocablo latín «negotium» que explica “cualquier actividad que genere utilidad, interés o provecho para quien la pone en práctica”. El Negocio es una función, no es una estructura, y por ello no puede entenderse nunca como un sinónimo de Empresa. El Negocio, a partir de un proceso sano de evolución, provoca la existencia posterior de la Organización Empresarial. Una Empresa no existe sin Negocio, en tanto que éste último no necesariamente termina en aquel.
Pueden darse casos en los que un Emprendedor sea, a la vez, un buen gerente en la organización empresarial, pero en última instancia éste no es su papel trascendental. El Gerente es un profesional formado en las artes y en la técnica del gobierno organizacional, el Empresario en cambio, adolece muchas veces de formación específica. No es necesariamente un técnico y curiosamente tampoco un artista.
Las más bondadosas de las estimaciones estadísticas indican que allí donde se reúnen 100 personas comprometidas con el quehacer organizacional, probablemente existen 3 emprendedores y esta es, por supuesto, una proporción inferior a la que habitualmente puede vincularse con técnicos o incluso artistas.
El Emprendedor es un individuo que vive entre la magia inescrutable de las intuiciones y las finas percepciones, navega entre las aguas mansas pero celosas de las ideas y los sueños. Un mundo que invita a todos pero abre sus secretos a muy pocos.
Y aun cuando el arrojado intente desarrollar todas estas cualidades, deberá aumentar a todas ellas una adicional que califica definitivamente al Emprendedor: el coraje. El vehículo que permite transitar este mundo misterioso se llama precisamente así: Coraje. No existe un solo Emprendedor (de aquellos con E mayúscula, de aquellos de verdad), que no presente Coraje como distintivo fundamental de su tarea.
No es sencillo ser Empresario. Aun cuando duela decirlo, es mucho más sencillo ser un Gerente, un Director, un Gobernante, un Empleado. Al fin y al cabo todos estos pueden refugiarse en la colectividad, en el equipo, en el esfuerzo compartido. El Emprendedor sólo responde a sí mismo, rinde cuentas a su motivación, salda deudas con sus sueños.
Cuando el Empresario pierde, pierde de verdad. Nadie comparte el resultado. Este es determinante e inmisericorde. Huelgan las explicaciones y los justificativos.
Y cuando el Empresario gana termina por alejarse del promedio que puebla el género humano, por ello se hace sujeto de juicio especulativo. El que más y el que menos se siente con el pleno derecho de diagnosticar su éxito y calificarlo.
Toda esta realidad concluye por situar al Emprendedor en una agobiante Soledad. Es un circuito penoso que naufraga entre responsabilidades por entender a todos y entereza para asumir que pocas veces será entendido, responsabilidad por ser quien tiene la última palabra, la primera y la última respuesta, valor para entender que sus preguntas no siempre serán respondidas.
Mientras ése promedio impersonal del género humano invierte la mayor cantidad del tiempo de su vida en el planeta por obtener Seguridad, el Empresario apuesta por la Libertad. Y la Seguridad es muchas veces un fenómeno de grupo, un producto de la “psicología de manada”. En cambio la Libertad la conocen las águilas y éstas pocas veces viajan acompañadas.
La Soledad es desafiante compañera de la Libertad, en realidad ése es muchas veces el costo que ésta tiene. Y ése costo no lo entiende cualquiera.
El hecho que los emprendedores no sólo entiendan la dimensión de éste costo sino que estén dispuestos a convivir con él, permite que muchos de nosotros nos demos el lujo de hablar y de escribir sobre el mundo de los Negocios y el devenir empresarial. Este es un atrevimiento que también necesita mucho coraje, porque casi limita con la falta de respeto a quien, en todo caso, merece el reconocimiento principal.
No olvidemos más que sin el Emprendedor nunca nace el Negocio, y sin éste tampoco se forma la Organización. Una sociedad que carece de organizaciones empresariales es una sociedad inserta en la pobreza y el atraso. Un mercado en el que no existan las suficientes organizaciones empresariales padece de falta de competitividad. Y sin la necesaria competitividad, una sociedad naufraga en el inmenso océano de la economía global.
DATOS DEL AUTOR.-
Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.
Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”
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