El consumo colaborativo es quizás la manera más tradicional de intercambiar o alquilar una propiedad privada. A raíz del empleo de la tecnología moderna, este sistema se ha convertido en una nueva tendencia planetaria que abarca numerosas iniciativas, desde plataformas para compartir vehículo en un mismo trayecto hasta el alquiler de habitaciones entre particulares.
Este cambio cultural y económico en los hábitos de consumo hacia nuevos sistemas de uso compartido, favorecido por las redes sociales y las plataformas P2P, pone en cuestión los modelos de negocio obsoletos y replantea no solo el objeto de consumo, sino su manera de hacerlo.
La idea de partida es clara y sencilla: sacar el mayor partido posible a los recursos infrautilizados que posee el ser humano que vive en una economía desarrollada, tomando como base la idea de que lo importante es el disfrute de un producto, no su propiedad.
La sharing economy es la fuente de muchísimos proyectos emprendedores hoy en día, como es el caso de Wimdu en la vivienda o Amovens en el transporte, por poner dos ejemplos. Las ventajas de esta alternativa de consumo son en un primer momento económicas, pero, además, fomentan la solidaridad y la sostenibilidad ambiental, al ampliar el uso de un mismo bien a varias personas, y favorecen la aparición de comunidades basadas en la participación ciudadana.
Para esta nueva (y vieja al mismo tiempo) modalidad de consumo, lo importante es el acceso a un bien o servicio, no tenerlo en régimen de propiedad. De esta forma, basta con que unos cuantos posean algo y cedan su uso a los demás a cambio de otra cosa, ya sea dinero, otro bien o de forma gratuita.
La economía del intercambio se prepara pues para liderar el escenario comercial actual, aupado por la consolidación de Internet en todo tipo de dispositivos electrónicos y móviles: el consumo colaborativo ha llegado para quedarse.