El carácter no siempre bien entendido de la vida nos obliga a desarrollar ciertos patrones de comportamiento para abordar la incertidumbre y tratar de controlar nuestro destino.
Hay tres letras que describen perfectamente estos afanes, las letras P-R-E. Ellas explican el sentido del adjetivo PREVIO o del verbo PREVER. De ellas emergen conceptos como prevenir, preocuparse, predeterminado, precaver, presentir, premeditar, predisposición, preconcebir, etc.
Estas palabras se convierten en orientaciones de vida. Terminan “prevaleciendo” sobre otras consideraciones de mayor valor. Son las armas que utilizamos para bucear en las aguas turbias de lo que depara nuestro destino. Parte del esfuerzo que hacemos para escudriñar el futuro, ése que nos atemoriza profundamente, por mucho que lo neguemos.
Haciendo uso de estas «construcciones gramaticales» nos sentimos un poco más tranquilos. Ése tipo de sosiego que proporciona una pastilla de químicos, nada más. Porque el alivio no dura mucho. El adjetivo Previo termina honrando una formalidad, poco más que eso; y el verbo Prever se convierte en un certificado de garantía que tiene la misma duración que un papel térmico expuesto al sol.
No hay mucho provecho en el uso dedicado que hacemos de las letras P-R-E. Nada muy distante a comprobar, con cierto alivio, que no tenemos forma certera de condicionar nuestro destino.
La vida no existe más allá de lo que sucede en este preciso momento. ¿Es muy difícil verificar esto?
Algo tiene de funcional hacer de aprendiz de brujo para anticipar el futuro en ciertas circunstancias, pero vivir condicionado por las letras P-R-E no es nada inteligente.
Porque finalmente:
- La calidad de vida se encuentra más cerca de los hombres que se ocupan que de aquellos que se preocupan.
- La determinación gana más en la vida que el acto de predeterminar.
- Sentir es más importante que presentir.
- Meditar mejor que premeditar.
- La disposición supera a la predisposición, y el encanto de concebir no se asemeja al hecho de preconcebir.
Disfrutar del escaso tiempo de vida que tenemos amerita vivir “algo” más allá de los imperativos que plantea el adjetivo Previo. O al menos no vivir en función de él.
Tal vez esta última aclaración sea oportuna. Porque no faltan quienes encuentran en sugerencias de este tipo el pase directo a la vida disoluta. Lo que de hecho se encuentra tan lejos de una vida de calidad como aquella que condiciona el presente imaginando estados futuros.
Quienes se encuentran viviendo cada día con muchísimos años de adelanto, deberían tratar de dar una respuesta a las preguntas que Charles R. Swindoll plantea en su libro “Tres pasos para adelante, dos pasos para atrás”:
- “¿Cuándo fue la última vez que se sentó junto a la mesa después de cenar sólo para relajarse y divertirse un poco?
- ¿Hace cuánto que fue por última vez a volar una cometa, dio un largo paseo por la arboleda, pedaleó una bicicleta en el parque local, condujo el automóvil por debajo del límite de velocidad o hizo algo con sus propias manos?
- ¿Cuándo se tomó tiempo para oír una hora de buena música o caminó por la playa mientras se ponía el sol?
- ¿Hace cuánto se quitó por última vez el reloj del brazo toda una tarde de sábado, llevó a un muchachito sobre los hombros, leyó un capítulo de algún libro metido en la bañera llena de agua caliente o disfrutó de la vida tan profundamente que no podía dejar de sonreír?”
No importa quién seas, qué o cuánto tengas. Si no puedes responder afirmativamente estas preguntas (o al menos alguna de ellas), lo que mereces es cambiar tu forma de vida, ¡hoy mismo!
En tanto que se propende a pensar en el futuro y vivir cada día con muchos años de adelanto, bueno sería recordar la única cosa cierta que éste nos tiene deparado. Aquella con lo que J.M. Keynes encaraba a los planificadores: “En el largo plazo todos estaremos muertos”, ése es finalmente nuestro destino.
Lo único con lo que el ser humano cuenta para encarar la interminable batalla contra sus debilidades es la razón. Y su hija inquieta: la reflexión. La naturaleza le ha dotado de esto con el propósito específico de equilibrar sus emociones e impulsos. La razón diferencia al hombre de los animales (aparte de la sonrisa).
Por ello la mejor forma de cambiar el rumbo de vida que llevas y acercarlo a niveles de calidad, radica en obedecer una consigna sencilla: ¡Detente y piensa!
Si no te detienes, la reflexión queda invalidada por la exigencia de la rutina. Y si no piensas careces del dominio básico que todo ser humano debe tener sobre sí mismo.
Detén un momento todo y piensa en esto:
- No vivas una vida entera tratando de NO cometer errores.
- Relájate. Trata de ser más humano contigo mismo. Menos infalible y un poco más tonto.
- ¿Cuantas cosas que hoy forman parte de tu vida merecen tomarse muy en serio? Redúcelas lo más posible. Esto te permitirá enfocarte efectivamente en ellas.
- Ocúpate de los problemas reales y no de aquellos que imaginas que existen o pueden existir.
- No vivas cada día con muchos años de adelanto. El futuro te acerca a la inevitable muerte. El presente es una representación de la vida, y es finalmente nuestro único destino.
DATOS DEL AUTOR.-
Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.
Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”
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