Por Juan Carela:
Para quien no lo conoce, Nassim Taleb, es el autor del famoso libro»El Cisne Negro» (The Black Swan).
Taleb es un ex-trader de opciones, actualmente escritor. Además, estudió matemática financiera en la Universidad de París y obtuvo un MBA en la Universidad de Pennsylvania. Su carrera la ha desarrollado en los Estados Unidos.
Su obra más relevante y la que le dio a conocer internacionalmente, es Fooled by Randomness. En ella, explora cómo el azar y la probabilidad desorientan incluso a personas ilustradas. En esta obra también explica el sin sentido que supone que los financieros y personas de «éxito» en las finanzas o en la vida sean considerados expertos y visionarios, sin reparar que en realidad el efecto del azar obliga a que haya «ganadores» y, desde luego, «perdedores». Todo ello lo fundamenta con razonamientos matemáticos, con anécdotas y ejemplos conocidos, exponiendo la tendencia humana a sobrevalorar la «causalidad» y a creer que el mundo es más explicable de lo que realmente es, buscando explicaciones incluso cuando no las hay.
La historia de Long Term Capital demostró que el sistema infalible para ganar en los mercados financieros no existe.
Hace algunos años atrás grandes bancos llenaban los diarios con anuncios solicitando físicos y matemáticos. Transcurría la década del 90 cuando se empezaba a pensar que los mercados estaban demasiado «extraños» para poder ganar dinero de forma consistente por el análisis tradicional y que la única forma de hacerlo era apoyarse en un sistema matemático, basado más en la física que en los mercados. En aquella época todos hablaban de los fractales y de la teoría del caos. John Meriwether también creía en ello y por eso fundó en Greenwich el que después sería el famoso fondo Long Term Capital. Meriwether era considerado un genio en Wall Street, habiendo trabajado, entre otras prestigiosas casas, en Salomón Brothers. De hecho, en los cinco años posteriores a la crisis del 87 ganó una fortuna para la casa que trabajaba. Hay que tener en cuenta que entre los académicos que estuvieron en nómina del fondo estaban figuras tan prestigiosas como los dos premios Nobel de economía Myron Scholes, al que todos conocerán por su famosa fórmula sobre valoración de opciones, y Robert Merton, que en 1997 ganaron aproximadamente un millón de dólares por el premio concedido por la academia sueca en reconocimiento a su trabajo creando fórmulas para el cálculo de riesgos financieros y que pudieran servir por tanto para ganar mucho dinero al entrar en inversiones seguras. Ya ven que «los jugadores» eran impresionantes, se comentaba en el mundo de las finanzas que habían descubierto el sistema infalible y el brillo de los dos premios Nobel al frente de los casi ochenta empleados que llegó a tener el fondo le daba el remate final.
John Meriwether era experto en especulaciones no direccionales, especialmente en los mercados de bonos. Es decir, no especulaba al alza o la baja. El fondo se dedicaba a investigar minuciosamente posibilidades de arbitraje en los mercados de bonos. Estudiaban con programas informáticos diferencias de arbitrajes y actuaban en consecuencia. Si todo salía bien, el beneficio obtenido era muy pequeño, pero sin riesgo de ninguna clase, el apalancamiento hacía el resto. Esa fue su perdición.
Los márgenes eran pequeños pero seguros, por lo que la clave estaba en entrar con grandes cantidades. Al no haber riesgo, según ellos, no había peligro alguno en endeudarse para poder entrar más fuerte. Convencieron a los bancos y al mercado. ¿Quién podría dudar de un genio de Wall Street y de dos premios Nobel? Los resultados no se hicieron esperar y les llovía dinero de todos lados.
En el año 95 y 96 el fondo ganaba sin riesgo, según ellos, más de un 40% anual y a finales del 97 ganaban cerca de un 20%. Habían encontrado la fórmula perfecta, el sistema perfecto, pero la tragedia se acercaba.
Al parecer utilizaron unos 2.000 millones de dólares que tenían en caja y con ellos como garantía obtuvieron de los bancos nada menos que 125.000 millones de dólares en títulos en préstamos para invertir en su fórmula mágica de arbitraje y a su vez estos 125.000 millones fueron invertidos en mercados de futuros, con lo cual aplicando el apalancamiento la cifra realmente invertida era diez veces superior a la anterior. Casi nada, impresionante. Estaban perdiendo la cabeza, lo que les pasa a muchos diseñadores de sistemas automáticos. Empiezan bien con un sistema y en lugar de ser prudentes invierten todo lo ganado en entrar una y otra vez más fuerte hasta que el sistema deja de funcionar.
Y entonces llegó la catástrofe. Y la catástrofe la provocó la crisis rusa de agosto del 98. Pero no fue, como muchos creen, porque tuvieran excesivos títulos rusos y que se quedaran sin valor. En absoluto. Recuerden que arbitraban con diferenciales, jugaban a ponerse a la contra con el diferencial entre la deuda americana a 30 años y otros tipos de bonos de diferentes países. Al venir la devaluación rusa, el diferencial entre los bonos americanos a 30 años y el de los otros bonos rompió todo lo conocido hasta entonces y, por supuesto, el sofisticado modelo matemático no lo tenía previsto. Claro, el modelo se puso a la contra, cuanto más se ampliaba el diferencial ante la crisis y la oleada de inversores en busca de refugio seguro en los bonos americanos a 30 años, el sistema más intentaba ponerse a la contra pues pensaba que tarde o temprano se ajustaría el diferencial. Como estaba tremendamente apalancado, las pérdidas empezaron a ser enormes. En agosto del 98 el fondo perdía un 50%; dos meses después casi todo el dinero se había perdido, «enganchando» a multitud de bancos importantes e inversores, forzando a la propia FED a intervenir para evitar una posible quiebra del sistema financiero.
El desastre de este fondo también cambió la forma de valorar el riesgo en los mercados financieros. Hasta ese momento se utilizaban modelos basados en lo máximo que un valor o futuro se había movido en un solo día en los últimos dos años, por ejemplo, y nos mostró que el riesgo hay que valorarlo día a día, minuto a minuto, por la sencilla razón de que el gran problema es el no pensar que lo imprevisto («el cisne negro») puede pasar.
Haciendo un poco de historia Isaac Newton perdió mucho dinero en la burbuja del Mar del Sur de 1720 y comprobó que no es la matemática la que rige los mercados sino que es el comportamiento humano. Su lamento lo resumió en la siguiente frase:
«Puedo calcular los movimientos de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente».
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