La posibilidad de acceso inmediato a la información que brinda una herramienta como internet, ha traído consigo una serie de efectos sobre el imaginario de las sociedades, de la misma forma que ocurrió en determinados momentos de la historia; cuando tuvo lugar la masificación de algún medio comunicativo. Se podría decir que inició con Diderot, D´Alembert y la enciclopedia, continuó con Marconi, Tesla y la radio, pasó luego por la era del invento de Farnsworth que popularizó Baird llamado televisión, que, al igual que la obra de un conjunto de inventores del siglo XX denominada internet; tienen en común una característica: Fueron considerados en algún momento emisores de verdades, pila de respuestas, fuente de consultas.
Sucede entonces que hoy por hoy un enorme número de cibernautas confía ciegamente en la información que encuentra en internet. La inmediatez en la generación de una respuesta a cualquiera que sea el cuestionamiento, la multiplicidad de fuentes y demás factores han logrado la confianza de esa mayoría en lo que la red dispensa; representando en muchas ocasiones un inconveniente, puesto que tal credibilidad se termina convirtiendo en ingenuidad y algunos de los documentos, que son escritos con intenciones distintas a la de informar –confundir, politizar, etc- terminan siendo tenidos en cuenta como válidos.
La deuda que contrae quien publica contenido en internet es con la sociedad que deposita su confianza y exige de él como mínimo un comportamiento ético, expresado en la veracidad de sus palabras, la calidad de su producto y una evidente intención de construir conocimiento, de sentar una posición, de ejercer el derecho a la libre expresión que permite una democracia, de transmitir valores y ante cualquier cosa, respetar al cibernauta que a él acude en la procura de satisfacer su necesidad de saber.