Todos los días son muy similares en este confinamiento que sostiene gran parte de la humanidad. La inercia gobierna el desenvolvimiento cotidiano de billones de personas por la determinación de un virus que cambió la historia del mundo en un pestañeo. Una rutina doméstica ha sustituido otra que mantenía el afán fuera de los hogares, en el combate diario por el sustento. Ya no son los días iguales, o más bien todo es lo mismo ahora. El reposo del domingo es un recuerdo cercano sumergido en la añoranza, y el “síndrome del lunes por la mañana” una remembranza que genera una sonrisa.
Estamos en los primeros días del mes de abril de 2020. Pasan ya algunas semanas desde que el mundo ha cambiado, y aún no sabemos la forma que tomarán las cosas. Un virus ha puesto la humanidad contra las cuerdas, con escenas que superan en dramatismo cualquier ficción cinematográfica.
Por ahora el mundo ya no es ni ancho ni ajeno como lo describía Ciro Alegría. Circunstancialmente ha quedado reducido al espacio doméstico: ése que muchos consideraron siempre un hogar y otros solo un albergue. A ése espacio se reduce la conquista humana bajo el imperio de la pandemia.
Una rutina de trabajo incansable para ganar los favores de la vida ha sido sustituida por otra que trata de vencer el miedo y la incertidumbre.
El frente de batalla es hoy un conjunto de metros cuadrados, diferente a ése espacio donde se combatía todos los días de la semana. Ya no hay esos lunes que tanto se temían, y tampoco hay domingos. Ambos han desaparecido. O se han fusionado. Como se lo quiera ver.
El virus, que con derecho se ha ganado el título de “el gran igualador”, ha hecho indistintas las horas, los días y las semanas.
Muchos añoraban un domingo en casa mientras contaban los días de lid que planteaba la semana, y ahora extrañan un lunes por la mañana al mismo tiempo que cuentan las horas para que concluya la plaga.
Demasiado trabajo en un caso y excesivo descanso en éste. Eso reclama la psiquis humana desde el abismo en que la ha colocado la prueba.
Pero la verdad es más simple y siempre menos sabrosa de lo que se espera: ¡todo tiene su lugar, su tamaño y su momento! Nada más. Si ha sido necesario este desastre para reparar en ello, bien pagado está el precio.
Poco vale el descanso sin un sano y productivo cansancio. Y poco vale éste último si evita que se disfrute de lo más elemental que ofrece la vida. Es tan hermoso el lunes como el domingo, porque de esta conclusión emerge un secreto hermoso del Universo: el equilibrio.
La vida es orden y caos, y los dos hay que vivirlos con inteligencia. Esfuerzo y descanso, fatiga y reposo, afán y quietud. El desafío radica en alcanzar maestría para dirigirse al equilibrio.
Los extremos son maliciosos. La humanidad debe entender esto.
La plaga no es otra cosa que el producto de una peligrosa tendencia hacia un extremo de ambición y acumulamiento. Está visto que la naturaleza también necesitaba un domingo y a su forma sufría del síndrome del lunes por la mañana. Precisaba un respiro, y lo ha tenido. O cabría mejor decir que lo ha provocado.
Todavía falta algún tiempo para que las personas salgan del extremo que dicta el confinamiento, ése falso descanso al que están sometidas. Falso porque un descanso genuino nunca emerge de la obligación, y éste ha sido precisamente eso: un descanso obligatorio. Por otra parte, posiblemente no había alternativa, porque las llamadas a la razón no tienen mucho eco en las personas, y menos en las actuales, que se sienten tan ingenuamente invulnerables.
Pero el confinamiento concluirá. Seguro. Más temprano que tarde.
No corresponden entonces las consideraciones de la salida. Lo importante es entender que de la rutina de confinamiento se tendrá que salir a buscar el equilibrio, no un retorno ingenuo al ciclo del afán y la codicia insana.
Ya quedó claro que no hay extremo que pague. Que toda exageración cobra con holgura la pronta retribución que eventualmente ofrece.
El equilibrio es fundamento básico de la inteligencia.
No excluye la sana ambición que es indispensable para todo progreso, ni la visión o los sueños. La grandeza le está prometida al hombre en consonancia con su propia naturaleza, pero en el marco del equilibrio. Las fuerzas antagónicas mantienen en funcionamiento el Universo porque confluyen al equilibrio. Nacen y mueren estrellas, colisionan galaxias, se funden planetas y el todo propende a la nada, tratando de alcanzar el infinito. Así funciona el Universo. Perfectamente. Porque se orienta siempre al equilibrio.
En breve dejaremos de extrañar el síndrome del lunes por la mañana, pero es de esperar que habiendo entendido la importancia del equilibrio, no extrañemos pronto un domingo de descanso.
No hay que preparar altar para el afán y tampoco para el menor esfuerzo. Se debe entender el profundo valor que representa el simbolismo de un lunes por la mañana y también el día de reposo. En la simbiosis de ambos se encuentra el equilibrio y una vida sana, plena de productividad y de tiempo para disfrutar del empeño.
Los convencionalismos sociales nos quisieron convencer que el éxito es ambicioso y que apenas el cielo era límite para las conquistas humanas. Pero esto ya lindaba con la arrogancia. El confinamiento está dejando claro que los límites están mucho más cerca de lo que pensábamos: exactamente allí donde se pierde la noción del equilibrio.
Probablemente ése sea el modelo humano que emerja de la visita de la plaga: el ser equilibrado.
DATOS DEL AUTOR.-
Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.
Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”
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