Los momentos difíciles y las crisis asaltan a los individuos para someter a prueba su coraje. Son situaciones que plantea la evolución para determinar quienes podrán desenvolverse con propiedad en futuras realidades. Son las puertas que hay que transitar para continuar viaje. Ineludibles, beneficiosas y, sobre todo, naturales.
Sin periodos de dificultad no existiría evolución para los seres humanos y las sociedades. La vida no es (y no podría ser nunca) un estanque de aguas calmas. Porque las aguas que no corren con bravura se descomponen y no contribuyen a la existencia. Las tribulaciones sacuden estructuras, quitan de ellas lo que no aprovecha y disponen todo para experiencias superiores.
No existe quien pueda afirmar que ha vivido sin experimentar dolor, sufrimiento, decepción o miedo. Momentos de profunda crisis, incertidumbre y desazón. Las pruebas llegan indefectiblemente, y cambian a las personas, a la Sociedad y al mundo.
Si la tribulación se enfrenta y supera apropiadamente, el individuo se encuentra apto para desenvolverse en el nuevo estado. Y puede cosechar lo que en él se le tenga dispuesto. Pero si el momento difícil no ha sido procesado bien, emergerá tullido, dañado, débil y agotado. Podrá calificarse como sobreviviente, porque finalmente sigue en pié para experimentar lo nuevo. Pero marcado por la tribulación no podrá maximizar los beneficios.
No se trata de entender que los periodos difíciles acontecen y hay que superarlos de cualquier forma. Esta lógica no agrega valor a lo que se vive. Se trata más bien de enfrentarlos con algo particular: coraje.
Cuando así se tratan las dificultades, la persona que emerge victoriosa puede capitalizar sus experiencias y dar valor a lo que le toca vivir más adelante.
Coraje. Esta es la virtud que demanda la tribulación. Valor y bravura para entender y enfrentar la adversidad. Decisión firme y apasionamiento para acometer las acciones necesarias.
El coraje representa para las personas que enfrentan la adversidad lo que el acomodar velas significa para la nave en la tormenta. Si esto no se hace, se rinde la embarcación al rigor de los elementos y termina el viaje de acuerdo a los caprichos del destino.
El coraje no es una virtud ornamental. Las personas que carecen de él, en uno u otro grado, disponen en la misma forma su porvenir. Ningún atributo puede reemplazar al coraje. El conocimiento no basta para enfrentar la tribulación. Las habilidades y destrezas son accesorias y nunca se activan sin determinación. La inteligencia es apenas una guía que evita que el coraje se convierta en osadía, pero nunca lo sustituye.
Es cierto que en momentos difíciles la racionalidad es un bien preciado, en tanto la adversidad siempre llega repleta de emociones. Pero la razón no conduce a nada si no se tiene el valor de ponerla en ejercicio con acciones específicas. Y el coraje es eso, el detonante de la acción decidida.
Nunca es cuestión de no tener miedo, eso es imposible. El coraje se nutre del miedo para actuar, pero no sucumbe ante él. Todas las personas tienen temor, con mayor razón en momentos críticos. Sin embargo el coraje utiliza el miedo para dar un paso adelante. Porque entiende que la opción es quedar atrás y contarse entre las víctimas.
La vida respeta profundamente a los seres con coraje. Los entiende y comparte con ellos un código de la existencia: la imperativa necesidad de evolucionar.
La evolución es cambio, crecimiento, dolor. El mismo que siente cualquier ser a medida que crece y madura. La evolución es una ley esencial de la vida y se manifiesta siempre a través de conflicto y tribulación. Cuando las cosas evolucionan pasan de un estado a otro que es cualitativamente superior. Y el nuevo estado, para existir en plenitud, tiene que acabar con el anterior. Eso ocasiona dolor.
El coraje es, por otra parte, una manifestación del amor. Porque se activa en la adversidad para cuidar aquello que ama. La persona que se enfrenta con coraje a la adversidad pone en manifiesto el amor que se tiene y el que profesa a los demás. En función de los que ama piensa y por ellos actúa.
Es cierto que nada sabe del amor quien no se ama primero a sí mismo, pero con el coraje se pone de manifiesto ésa otra dimensión del amor: la que se reserva para los demás.
Poco piensa en sí mismo quien con coraje acomete el peligro, la adversidad o la crisis, porque primero se orienta al otro. Del coraje de las personas emerge la solidaridad, la fraternidad. Con ser un acto eminentemente personal, el coraje es a la vez un poderoso instrumento social. La empatía y la solidaridad no se piden, se practican.
Pobre es una Sociedad cuando escaso es el coraje de los individuos que la componen. Débil es una familia que no cultiva y practica la valentía y la bravura para surcar las aguas de la vida. Porque marcadas quedan cuando la tribulación toca la puerta para invitarlas a subir a un piso superior.
Se sabe que el temor es un enemigo poderoso que crece al mismo ritmo de la evolución. Los ancestros tenían miedo del tigre que los amenazaba, pero el ser humano contemporáneo percibe un tigre en casi todo lo que le toca vivir: dinero, salud, bienestar, amor. Domina en buen grado los elementos y la naturaleza, pero tiene más miedo que nunca. Conquista el espacio y visualiza nuevos mundos, pero es más temeroso que sus antepasados de las cavernas.
Para el miedo solo existe un antídoto: coraje. No hay opción.
Se mistifica el valor de aquellos que enfrentan los riesgos y la muerte. Bien hecho. Pero coraje se necesita para vivir, porque la muerte es algo que sobreviene. No se puede reservar la virtud para los “seres extraordinarios”, el coraje es una demanda común y corriente. Indispensable. Es un asunto de evolución. Y la evolución está consustanciada con la existencia de manera ordinaria.
No se asume que los gatos del monte tienen garras y los domésticos no. Ambos las poseen. La naturaleza los ha dotado así, y lo ha hecho para que las usen cuando corresponda. Lo mismo pasa con el coraje. Todos los seres humanos lo poseen y pueden hacer uso de él.
Un sentido equivocado de la evolución social está conduciendo a la especie a un estado ficticio de invulnerabilidad. Una sensación del bienestar como derecho y de prosperidad garantizada. Ese es un espejismo peligroso. Genera parsimonia y debilidad.
Nada existe en la vida que no deba conquistarse con esfuerzo y sacrificio. La existencia es una dinámica de obligaciones que superan derechos.
Las tribulaciones personales, crisis sociales y económicas, las mismas plagas y desastres naturales no son manifestaciones de condena o señales apocalípticas, son hechos inherentes a la necesaria evolución de las cosas. Situaciones que alteran equilibrios para construir nuevos y mejores estados.
No es sencillo enfrentarlos, mucho menos con beneficio. Pero es indispensable hacerlo. Y para ello se necesita coraje: apretar dientes y puños para dar el paso adelante. Sin quejas ni lamentos. Con la sabia tranquilidad que emerge de aceptar la realidad y el flujo natural de las cosas. Con valentía y bravura. Sacando las garras que ha dotado natura. Agradeciendo el hecho de estar vivo y tener la capacidad de gobernar el propio destino.
Una vez que pase la tormenta y se naveguen aguas calmas y cielo puro, quedará esa íntima satisfacción que tiene el marinero de sentirse uno con el barco que navega, con el equipo que lo acompaña y con el mundo que lo rodea.
No asuma con pesar las crisis que acontecen. Entienda que se producen porque la evolución las precisa. El desorden y el caos definen el equilibrio del universo, que por otra parte y hasta donde se sabe, siempre se expande, buscando con sano afán el infinito.
DATOS DEL AUTOR.-
Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.
Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”
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