Todo directivo busca trabajadores que sean valiosos, buenos profesionales, competentes en su trabajo, que sean leales y estén comprometidos con los objetivos de la organización.
Por ese motivo, en una época de gran competitividad y en la que el talento escasea, los empresarios quieren asegurarse la fidelidad de los empleados más valiosos y competentes.
Por talento, no sólo me refiero al conjunto de conocimientos técnicos y a la experiencia profesional, sino también a todas aquellas habilidades personales (inteligencia intrapersonal, interpersonal, habilidades comunicativas y gestión emocional) y, sobre todo, a la actitud.
Todos conocemos a personas brillantes, muy inteligentes con su licenciatura y tal vez algún máster que no consigue superar una entrevista de trabajo o que no se desempeña bien en la empresa porque no sabe trabajar en equipo, no conecta con los compañeros, no aporta soluciones, carece de creatividad y de iniciativa.
En una economía globalizada y digitalizada, el talento cobra una importancia vital. Hemos pasado de una economía post industrial a la economía del conocimiento y del talento.
Los consumidores ya no quieres que se les venda productos o servicios, quieren empresas que les aporten valor y resuelvan sus necesidades y problemas.
Para ello necesitamos trabajadores con grandes conocimientos de la psicología humana, que sepan escuchar de manera activa al cliente potencial para saber detectar sus necesidades, empatizar con él y generar confianza.
Todas ellas son softskills que no se aprenden en la universidad, sino en formaciones continuas que realizan las empresas que quieren que sus equipos den los mejor de si mismos para ser equipos de alta productividad que sepan tomar el pulso a las demandas del mercado y ser punteras en su sector.
¿Cómo conseguirlo?
El empresario tiene que «enamorar» a sus trabajadores, tiene que hacer que se sientan parte de la empresa, que compartan sus proyectos y objetivos. Y para ello tiene que conseguir que los empleados se sientan ilusionados con la organización en la que trabajan.
La empresa tiene que tener una cultura y filosofía que la defina, unos valores compartidos y una misma ilusión.
En esa visión compartida, es clave el papel del directivo. El jefe tiene que dejar su rol de jefe que busca la obediencia de sus trabajadores para ser el líder al que siguen los empleados. Las empresas necesitan directivos que cuiden las relaciones personales, que se preocupen por sus trabajadores, que den cabida a las emociones.
La lealtad no se consigue con premios y castigos, sino a través del reconocimiento a la persona.
Los talentos se fugan no porque no sean fieles a la empresa, sino porque no se sienten reconocidos a nivel profesional y personal.
No podemos olvidar que las empresas la forman personas con sus emociones, con sus inseguridades, con sus necesidades, con sus vulnerabilidades. Para mejorar la competitividad y eficacia de las empresas, tenemos que humanizarlas, necesitamos directivos y equipos que sepan empatizar y ponerse los unos en el lugar de los otros para poder crecer y evolucionar juntos.
El trabajador necesita ese reconocimiento, necesita saber que el directivo confía en él y para ello se le tiene que dar autonomía y responsabilidad. Si el trabajador se siente protagonista, amará lo que hace porque se sentirá partícipe de la empresa.
Directivo y trabajador tienen que construir un futuro compartido, un proyecto empresarial conjunto. De esta manera, el trabajador sentirá que el éxito de la empresa también es suyo.
Para evitar la fuga de talentos, los trabajadores tienen que enamorarse del proyecto de la empresa, tienen que ilusionarse y sentir que pueden aportar su valor, conocimientos y experiencia para que el proyecto crezca.
Según palabras de José Manuel Casado (Accenture): «Hay cierta necesidad de reinventar la forma de enamorar a la gente en la empresa. Primero, hay que considerarla como capital, no recurso. Hay que conseguir el compromiso afectivo de ellos, que trabajen aquí porque quieren trabajar aquí. Para ello, el directivo debe saber generar confianza. Y hay que invertir la pirámide de Maslow, para que lo primero sea la autorrealización del empleado».
Por eso, las empresas que desean aumentar su eficacia y su competitividad, invierten en formaciones que buscan mejorar las relaciones personales, que trabajan la gestión de las emociones y las habilidades comunicativas y que fomentan actividades para cohesionar al equipo y afianzar los vínculos afectivos.
NOTA: Si tu también quieres ser un líder que sepa retener y atraer el talento, puedes contactar conmigo a través del correo begonyaserra33@gmail.com o del formulario de contacto que encontrarás en mi web www.begonyaserra.com y solicitar una formación específica y acorde a tus necesidades.
DATOS DE LA AUTORA:
Begoña Serra, es natural de España, coach transaccional y formadora de empresas especializada en temas de liderazgo y gestión emocional. Asesoro a directivos y capacito a equipos de alta productividad. Conferencista y escritora en distintos medios digitales.
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