Mucho se ha hablado de las capacidades, las habilidades, el valor y el tesón de los hermanos Wright para diseñar, construir, hacer volar —y aterrizar— el Flyer, el primer avión a motor en diciembre de 1903. Su historia ofrece un espejo donde mirar para todo aquel empresario que quiera hacer volar su proyecto.
Cuando se analizan de cerca los proyectos que logran sus objetivos, aparece en ellos un patrón común: la innovación y la mejora no surgen de una gran idea —de inspiración repentina— que adaptamos a las condiciones que tenemos.
Más bien, surgen de tomar pequeñas ideas de otros —o partes de ideas grandes— y probarlas de manera repetida hasta que entendemos cómo aplicarlas en las condiciones en las que esa idea funcionará.
Esa fue la gran virtud de los hermanos Wright.
En todos los proyectos exitosos e innovadores aparece ese patrón. Los hermanos Wright tuvieron claro que eran dos los retos fundamentales.
-El primero, cómo controlar la dirección del planeador en el aire.
-El segundo, cómo impulsarse.
Su éxito vino determinado por el orden en el que afrontaron ambos cometidos.
Esto es algo que debería tener presente cualquier persona empresaria con intención de «hacer volar» su nuevo proyecto o «mantener en el aire» el actual.
Porque si el orden no es adecuado y no tenemos el control de la nave, cuanto más impulso logremos, peores serán las consecuencias.
Por eso los hermanos Wright comenzaron por controlar el planeador en el aire.
Para ello, probaron y testaron más de 200 perfiles de ala, con diferentes ángulos de inclinación, para escoger el adecuado.
Controlaron el cabeceo —movimiento de arriba a abajo del eje longitudinal— con un timón de profundidad, el balanceo con un mecanismo de unión entre extremos de las alas, y el movimiento de guiñada con el timón de dirección trasero.
Una vez afinaron esta parte del proyecto, supieron con exactitud el peso de todo el material necesario para controlar el planeador y, sólo entonces, pudieron plantearse cómo impulsar el aeroplano y diseñar un motor para lograrlo.
Como empresarios, en ocasiones, movidos por las ganas y el empuje, centramos la atención en cómo impulsar nuestros proyectos, sin saber muy bien cómo los controlaremos una vez que inicien vuelo.
¿Cómo controlar la dirección de nuestro proyecto cuando hablamos de una empresa?
Nuestros clientes tienen la respuesta. Su satisfacción —o la carencia de ella— nos indicará si estamos o no controlando nuestro proyecto.
La idea de conseguir nuevos clientes como modo de impulsar nuestro proyecto, podría no ser la adecuada si no sabemos cómo «controlar el planeador en el aire».
Conseguir un cliente inicia el proceso, no lo finaliza.
Parece que no ofrece dudas que, el hecho de retener y mantener a nuestros clientes actuales, es un buen indicador para «controlar nuestro planeador».
Sólo en ese momento conoceremos los requisitos que necesitamos para lograrlo, y será entonces el momento de preguntarse cómo impulsar nuestro proyecto.
Si el orden no es adecuado y no tenemos el control de la nave, cuanto más impulso logremos, peores serán las consecuencias.
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