El proselitismo es entendido como toda acción o iniciativa dirigida a una persona o grupo social para convertirles a una causa o creencia. Toda causa tiene un efecto; luego, ¿Cuál es el fin que persigue un actor social que propende por impactar a una comunidad? Ser oído y seguido. Lo contrario es no ser oído y perseguido. Ahora bien, un causa tiene tres componentes importantes: crisis, cambio y compromiso; en esto se resumen los dos escenarios que mencionan los líderes del mundo; hablan de una situación a mejorar, y el cambio que produce esa mejora. Para que el cambio se dé, no es suficiente consentir, se requiere compromiso. El cambio solo es posible con el concurso de un grupo suficiente de adherentes, dispuestos a no solo consentir, sino a comprometerse, involucrándose activamente en una causa, siendo parte de la solución y no del problema.
El tema de trabajo social sin proselitismo, se conduce por la misma senda de quienes pretenden hacer política sin caer en la politiquería. La tendencia típica es a asociar, la acción participativa como una acción política; lo cual no es lo mismo, aunque están relacionadas.
Si alguien hace algo por una comunidad, la comunidad, regida por esquemas tradicionales, interpretan en esa acción básica de cambio o transformación, una acción política y en consecuencia, se asocia al emprendedor como un actor político; esto es, alguien a quien se le confiere un estatus de representación, y se le otorgan ciertos poderes para que actué en nombre o a favor de una comunidad. El propósito se deteriora y deforma, cuando el actor social o emprendedor, abandona su esencia de gestor social, y se convierte al mundo de la política, con sus manejos, rituales, costumbres y vicios. Alejándose del espíritu que lo llevó a tomar acción y engolosinándose con una vida ficticia de poderes, influencias y vanidades. Quien bebe ese alucinógeno de una “política sin principios” ya nunca más volverá a ser el mismo.