El miedo a cometer errores es un poco el miedo a la vida misma. Como es un hecho inapelable que nadie puede conocer el futuro, nadie puede estar seguro de las consecuencias que puedan tener las acciones o las decisiones que se tomen en el presente. La vida no es solo un devenir, es principalmente un por-venir y esto es precisamente lo que más temor provoca. Las cosas más importantes son las que sucederán mañana, no las que sucedieron ayer; con referencia a estas últimas tenemos el íntimo consuelo que ya nada podemos hacer al respecto, sin embargo en términos de lo que sucederá mañana nos sentimos plenamente responsables. La “modelación” del mañana precisa acciones hoy.
Curiosamente, el control relativo de lo que sucederá mañana se incrementa en cuanto mayores sean nuestras acciones y decisiones presentes. La inacción nos deja a merced del azar y del capricho de las circunstancias. Y aunque en realidad esto último es lo que más temor debiera provocarnos, usualmente se da lo contrario: tenemos temor de equivocarnos en las acciones y decisiones que adoptamos hoy.
Actuar y tomar decisiones es la única forma de no ser víctima de las circunstancias, es la única forma de trascender los minúsculos portales de espacio-tiempo que conforman la vida con un mínimo de control. Si esta posibilidad nos fuera negada, terminaríamos siendo como el agua estancada que pronto se descompone.
Actuar es un imperativo humano y tomar decisiones es una consecuencia natural, por ello la posibilidad de cometer errores es un hecho concreto. Nadie está exento de esto. Los errores califican la acción y a este motivo específico le deben su virtuosismo, ni más ni menos, los errores son una virtud, porque acompañan la dinámica sin la que no pudiera explicarse el desarrollo de la vida. Donde exista una historia de desarrollo y de progreso existirá una historia de errores, donde exista una grandiosa historia de desarrollo y de progreso existirá una grandiosa historia de errores. En el análisis fino de la evolución del ser humano seguramente habrá que concluir que ella es más bien una historia larga de cuantiosos errores y unos pocos aciertos.
El costo de evitar la comisión de errores tiene dos componentes enormes: por una parte, la inacción que nos deja a merced del azar y de las circunstancias; y, por otra, el riesgo de no conseguir un acierto. En la inacción existe estancamiento y futura involución, sin aciertos no existe ni desarrollo ni progreso.
La extendida cultura de aversión al riesgo que de manera tan lacerante caracteriza muchos de nuestros pueblos, es precisamente una extensión del atávico temor que tenemos de cometer errores. Desde tierna edad se nos enseña a cometer la menor cantidad de errores posibles, a pensar media docena de veces antes de decir o hacer algo que pueda estar equivocado. Se mistifican los aciertos al costo de cometer los menores errores posibles, por lo tanto son pocos los errores y también escasos los aciertos. Los niños son el grupo de personas ideal para aplicar severamente el correctivo ante el error, los adolescentes son el conjunto de personas con mayor riesgo de cometer errores (semi-conscientes), los jóvenes (menos mal) están aprendiendo a cometer cada vez menos errores, y a los adultos les está permitido cometer un error en tanto no se cometa el mismo dos veces.
Culturas que reprenden el error, pero a la vez mistifican el acierto.
¿Se pueden tener muchos aciertos al mismo tiempo que se minimizan los errores?
En realidad son estas Culturas las que están cometiendo un serio error. Aplicar un criterio tan exigente de Eficiencia en esta dinámica es una receta que conduce directamente al atraso y a la postergación. La dinámica de crecimiento necesita los errores para que se produzca el aprendizaje y de allí el progreso.
Por otra parte, es significativo lo que esta cultura de “eficiencia” en la comisión de errores provoca en el Trabajo. Queda sobreentendido que quien mejor trabaja es quien menos errores comete. Sobre ello se fundamenta el análisis mismo de la productividad. En ello se asientan los más renombrados sistemas de control de calidad. Este es el concepto rector sobre el que deben edificarse las carreras profesionales y las historias de éxito. Sin embargo parece que cuesta mucho entender que mientras más se asocie el “buen trabajo” a la menor comisión de errores, más vigor toma la lógica de sustituir completamente al ser humano por la máquina, siendo que aún no hemos llegado a la conclusión de que ésta sustitución sea perfecta o incluso deseable.
Estas líneas son efectivamente una apología de la comisión de errores, sin embargo por ello no persiguen la justificación de “lo malo”. Entender la virtud de la comisión de errores no conduce a la aceptación de aquello que no está bien. Por supuesto que el producto final del proceso de comisión de errores terminará siendo el acierto, finalmente ése es el objetivo; el error es un medio y no un fin en sí mismo. La virtud del error es que precisamente crea el vehículo por medio del cual se llega al acierto. Este vehículo es el aprendizaje. En realidad se aprende mucho más de un error que de cien aciertos. Testimonio mayor de esto último lo puede dar la meticulosa industria de la aviación, quien capitaliza precisamente este precepto para alcanzar un estado que cada vez se supera más en sus aciertos.
El aprendizaje conduce al conocimiento y forma ese reservorio precioso que es la experiencia. La suma de conocimiento y de experiencia garantiza desarrollo y garantiza competitividad. Es precisamente la competitividad uno de los productos más preciados del aprendizaje que emerge de la comisión de errores, porque más competitivo es quien mejor se ha manejado en esa dinámica.
Las organizaciones empresariales tienen un desafío concreto para revertir progresivamente esta cultura de mistificación del acierto. Esperar que lo hagan pronto las Familias y las otras organizaciones básicas involucradas en la formación de las personas es difícil. Las condiciones jerárquicas que dominan el sentido de desenvolvimiento institucional de las empresas, sumada a la necesidad que tienen de mantener perfiles eficientes y competitivos en el mercado, las convierten en las organizaciones idóneas para promover una cultura que incentive la acción, las decisiones, la dinámica de modelación del futuro. No es que en ello tengan una responsabilidad social, porque finalmente no la tienen más allá de lo que determine el interés del negocio, más bien que en ello tienen una oportunidad de Destacar en el medio. Frente a una cultura que mistifica el acierto y castiga el error, la empresa que promueva entre sus cuadros humanos la comisión natural de errores alcanzará, por fuerza, mayores aciertos, y esto es finalmente lo que distingue al Negocio.
¡Cometa errores por favor! Esta es la medida de sus acciones y de sus decisiones, esta es la medida de su interés por aprender y acumular experiencia. Esta es la forma de responsabilizarse por su propio futuro y no ser sólo un accidente del azar o de las circunstancias. Por último esta es la prueba mayor de que usted está trabajando de una forma que nunca podrá ser reemplazada beneficiosamente por una máquina. Y no pierda de vista que si usted está trabajando en un ambiente que mistifica el acierto y castiga el error, probablemente se encuentra en el lugar equivocado.
Un fraile anónimo de un ministerio de Nebraska decía esto en una carta póstuma: “Si yo pudiera volver a vivir mi vida, trataría de cometer más errores la próxima vez…”
¿Se da usted cuenta del enorme costo que está involucrado en el proceso difícil y doloroso de evitar el error? ¿Se da usted cuenta que de tanto tiempo que invertimos en evitar los errores apenas sí percibimos y disfrutamos de los aciertos? ¿Puede imaginarse cuantas oportunidades perdemos en la vida tan sólo tratando de evitar el error? ¿Puede calcular la cantidad de Libertad que resignamos?
¿Sabe?, ¡olvide el miedo de cometer errores!, ¡deje el prejuicio atrás! En los errores se explica la búsqueda del éxito, cometiéndolos se vive más porque se llega más lejos.
Y en el escritorio o la oficina, allá donde pase más tiempo coloque sin ninguna discreción un cartel que diga: “…Disculpe, en este lugar se cometen muchos errores porque estamos obsesionados por alcanzar el éxito”.
DATOS DEL AUTOR.-
Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.
Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”
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