Todo aquel que ha ido alguna vez a un teatro con la intención de ver una película, de seguro es consciente del inevitable efecto que trae sobre el espectador el vislumbrar en pantalla gigante los spot publicitarios, y si quizá no es consciente, es porque tal vez no se ha detenido en el análisis y aún hace lo que mencionaré a continuación, de manera involuntaria o inconsciente.
Cada vez que en el cine se pautan anuncios publicitarios, al escuchar el nombre de la marca o una palabra nueva, involuntariamente nuestros labios y lengua procuran imitar el sonido de tal vocablo, e incluso al re-encontrarse con esa palabra –de nuevo involuntariamente- tiene lugar el ejercicio ya mencionado.
Todo esto tiene un efecto en el cerebro y aumenta los niveles de recordación, criterio decisivo de vital importancia al momento de la compra.
El estudio de la Universidad de Colonia al respecto, del que surgen los datos que ya he mencionado, también encontró que ese proceso es totalmente interrumpido cuando la persona come palomitas, lo que quiere decir que de alguna manera nos hacemos inmunes a la publicidad el momento en el que comemos palomitas de maíz.
Evidentemente es el ejercicio de mascar el que impide se lleve a cabo el procedimiento involuntario con normalidad y bueno, no existe recordación allí, se reducen los niveles de engagement y la posibilidad de compra, por lo que según el estudio, y aún siendo cómico, “las palomitas de maíz son enemigas de la publicidad en cine”.
Una solución plausible al problema que no afecte ni a las empresas de palomitas y caramelos, sería –a nuestro juicio- el programar la ingesta de comida en determinado momento de la película, para no impedir el proceso marketero, pero tampoco limitar la venta de los productos afectando a sus fabricantes y vendedores.
¿Qué opina usted señor lector al respecto? ¿Qué solución daría a este problema? ¿Cuánta credibilidad le generan los supuestos en que se basa la tesis de la Universidad de Colonia?