Desde hace tiempo se viene hablando con insistencia de ética en los negocios y en las organizaciones y la empresa es vista cada vez más como espacio idóneo para la moral vivida y pensada. La evolución que se ha producido es evidente: hace tan solo unos años, hablar de ética en la empresa era considerado algo así como un juego de palabras e incluso como una paradoja; hoy, sin embargo, y aunque todavía hay escépticos que lo consideran una moda pasajera, no se puede negar que estamos asistiendo a la emergencia de preocupaciones que van más allá del puro beneficio económico.
Lo cierto es que poco a poco la empresa ha ido comprendiéndose a sí misma como una organización, como un grupo humano orientado por unos valores, cohesionado por una cultura organizativa, dispuesto a satisfacer necesidades y a obtener por ello un beneficio, pero también dispuesto a asumir responsabilidades con el entorno. De esta suerte se va progresivamente entendiendo a la empresa como una institución social a la que se pueden exigir ciertos comportamientos y responsabilidades. Así, y a nivel internacional, en los últimos 30 años y gracias muy especialmente al crecimiento y actuación de los Movimientos Sociales, se ha hecho evidente por parte de las empresas la necesidad de plantearse las consecuencias medioambientales y sociales de los modelos de crecimiento económico. Otro tanto podemos señalar respecto al cumplimiento de los Derechos Humanos: no sólo han de velar por su garantía los Estados sino también las organizaciones económicas vinculadas a los mismos (prénsese, por ej., en los derechos laborales, en los derechos de las mujeres y los niños, en los derechos económicos y sociales del Tercer Mundo, etc.).
Todos estos planteamientos proceden de la transformación acaecida en el seno de las propias empresas y en las prácticas empresariales, lo que las ha hecho evolucionar como espacios éticos. En consecuencia, podemos afirmar que para la gestión empresarial es fundamental el comportamiento ético y ello se refleja en una estrategia de gestión que se plantea metas, procedimientos y resultados no sólo económicos, sino también sociales y medioambientales. Y llegados a este punto, es importante aludir a la ley y al cumplimiento de legalidad, así como a su relación con la ética.
Voluntariedad y legislación
Evidentemente, para ser ético es necesario cumplir con leyes que procedan de asambleas representativas y, por tanto, sean democráticas. Pero hablar de ética es hablar de algo que está más allá de las normas legales. Éstas son muy importantes en toda sociedad, puesto que en todo grupo humano siempre se precisan mecanismos de coacción. Pero muchas veces llegan tarde, y además puede ocurrir que existan normas con deficiencias éticas. Por otra parte, es imposible tener un conjunto de normas lo suficientemente completo para asegurar plenamente que nada reprobable se nos va a escapar. Es imposible regularlo todo. De hacerlo estaríamos ante un verdadero «Estado policía», con lo cual teñiríamos de autoritarismo nuestras democracias. Hay que poder, pues, confiar en comportamientos éticos sin necesidad de apoyarse continuamente en leyes. Asimismo hay que constatar que las leyes remiten en realidad a «éticas de mínimos», insuficientes para abordar los retos que nos plantea el proceso de globalización en el que nos hallamos inmersos. Y hay que tener en cuenta que es necesario en materia ética hablar de «convicciones», y por tanto de «máximos». Incluso podríamos decir que los «mínimos» legales no se cumplirán de verdad si no hay unos «máximos» que impulsen a los ciudadanos, unos “máximos” que sitúan al ser humano en el centro de las preocupaciones: la persona humana – valiosa por sí misma- y su dignidad y derechos deben situarse en el centro, para que el sistema económico esté a su servicio y no a la inversa.
El terreno de la ética es el de las convicciones que se plasman en estilos de vida y de actuación. Por ello es tan importante hoy hablar de capacidad de autocontrol o autolimitación (y educar en ello), más allá de la estricta legalidad, cuestión ésta que debe tener como punto de mira la
consecución del Bien común de la sociedad. Y en un mundo interdependiente como es el mundo de la globalización, deberíamos poder integrar en las decisiones empresariales una visión global para tener responsablemente presente cómo pueden afectar las decisiones tomadas a colectivos a lo mejor de sociedades lejanas a la nuestra. Abundando sobre el particular, hoy más que nunca urge que sepamos movernos en el plano de la ética de la responsabilidad, que asume las consecuencias de las decisiones tomadas, aunque éstas sean consecuencias no queridas, cosa que acostumbra a pasar. Ello quiere decir que debemos saber conjugar, en el mundo empresarial también, la utopía de un mundo y unas relaciones económicas más justas y humanas, con el pragmatismo, utilizando en la elección de medios la ética de la convicción para discriminar aquellos que pervertirían del todo nuestro objetivo.
La ambivalencia de la globalización y las transformaciones que produce
Nos ha tocado vivir una época de transformaciones sin precedentes. Lo que conocemos como globalización comporta riesgos y a la vez inmensas oportunidades. Por un lado vivimos una situación excepcional, privilegiada, creadora de gran riqueza, pero a la vez constatamos que continuamos viviendo en un mundo lleno de desigualdades flagrantes. En otras palabras, la globalización es profundamente selectiva. En realidad, más que un mundo global, estamos en un mundo que continúa fuertemente dividido entre aquellos que pueden gozar de las oportunidades que aporta la globalización y aquellos otros que quedan al margen. Y desde diversas instancias se nos está recordando la necesidad de dar pasos hacia un modelo sostenible, humanizando la globalización y convirtiéndola en una promesa y un proyecto auténticamente universales.
Por otra parte, la constatación de la interdependencia (global-estatal, central-local, civil- política) entre los distintos ámbitos de intervención, exige la responsabilidad compartida de actores de distinta naturaleza y con responsabilidades de actuación, también de distinto alcance. Y es en ese contexto cuando se habla cada vez más de gobernabilidad mundial, entendiéndose por tal un concepto más amplio que el clásico de gobierno. Supone una capacidad para tomar decisiones, responder a los conflictos y gestionarlos. Y todo ello con legitimidad y eficacia, principios, por lo demás, interrelacionados. Por ello, en el conjunto de redes de poder que deberían integrar un futuro orden democrático global, el papel de organizaciones e instituciones
–algunas de ellas transnacionales- de naturaleza no directamente política, resulta fundamental. Es ahí donde cobra importancia la empresa y la RSC.
Las ganancias no están reñidas con los comportamientos éticos
Toda esta transformación social y empresarial nos hace constatar la rentabilidad de los comportamientos éticos en la actividad económica. En este sentido, cada vez se hace mas evidente que las empresas y organizaciones que adquieren una mayor competencia ética están mejor preparadas para afrontar los retos que nos deparan los nuevos tiempos. Por otra parte, tales transformaciones se empiezan a ver cada vez más como una necesidad, habida cuenta del impacto social –mucho más allá del producto o servicio que ofrecen– que tienen las empresas en un mundo inmerso en un proceso de globalización. Así, no es de extrañar que se creen cada vez mas áreas de auditoria social y ética empresarial por parte de las consultorías, así como metodologías para la gestión de la reputación de las empresas, que incluyen el desarrollo de los valores y las responsabilidades en las relaciones con el entorno. Ello da facilidades a las empresas para auditar y dar cuenta de sus actuaciones. Incluso se han abierto vías para propiciar el dialogo social entre empresa y grupos sociales que reciben su impacto.
Comienza a generalizarse la idea de que las empresas no deben ser valoradas únicamente en términos económicos, sino también en términos mediambientales y de respeto a los Derechos Humanos (el “triple bottom-line” o triple cuenta de resultados). Algo esta cambiando, y no solo en el ámbito de las decisiones particulares, sino que es una tendencia que ya se refleja en términos globales. En este sentido, la SA 8000 acredita mediante auditoria independiente la actuación de las empresas respecto al cumplimiento de los Derechos Humanos y laborales. Y
Dow Jones ha creado un índice de sostenibilidad en el que aparecen empresas que integran criterios diferentes del beneficio económico. Lo que a su vez quiere decir que la valoración de la eventual inversión no se hace exclusivamente en términos económicos.
Existen múltiples casos de empresas que han sufrido en su cuenta de resultados la imprudencia de no incluir determinadas acciones o no prestar interés a problemas que aparecen en su entorno o en su cadena de valor. Hoy, pues, cada vez más las empresas se legitiman en la medida que responden a los estándares de confianza que demanda la sociedad. La debacle de grandes emporios como Enrom, ha demostrado que la falta de Ética puede acabar con una empresa aparentemente sólida, de ahí que hoy en día la Ética empresarial signifique una condición no suficiente pero si necesaria para asegurar la sostenibilidad y la perdurabilidad de las empresas, que cada vez más se están planteando el problema de la confianza, es decir, el hecho de que para lograr su lucro también es necesario contar con la confianza de la sociedad para con ellas, al considerar legítima y legal su manera de hacer dinero. Las empresas generan más valor si sus prácticas van en la línea del comportamiento ético y la responsabilidad social
La interacción empresa-sociedad
La interacción empresa-sociedad es un hecho: la empresa se siente presionada por las demandas sociales y ha de velar por su credibilidad ante la sociedad y, a su vez, va adquiriendo mayor conciencia de que la ética de las empresas, organizaciones líderes en la etapa de la globalización, depende en buena parte de la ética de la sociedad. De ahí la necesidad de promover un ambiente social propicio para la asunción voluntaria de normas éticas en la actividad económica y en el funcionamiento de las organizaciones. En este sentido, no hay que olvidar que nuestras sociedades son cada vez más sociedades de organizaciones y dentro de ellas la empresa adquiere un protagonismo motor. Y la empresa es una institución social que incide en la conformación de la sociedad y, por tanto, a la que pueden serle exigidos ciertos comportamientos y responsabilidades. Por ello, la necesidad de ser considerada como espacio ético, con todo lo que implica esta afirmación.
Habida cuenta que toda organización desarrolla su actividad en una época y en un contexto social determinados, si quiere ser legitima habrá que tener en cuenta el grado de conciencia moral de la sociedad en la que se halla inserta. No hacerlo seria peligroso para su viabilidad. Cualquier organización y muy especialmente la empresa, ha de obtener una legitimidad social y para lograrlo ha de producir los bienes y servicios que se espera que produzca así como respetar los derechos reconocidos por la sociedad en la que vive y los valores socialmente compartidos (valores de la moral cívica).
La responsabilidad moral de la empresa: la empresa ética.
Los retos que tenemos planteados exigen que la empresa sea entendida cada vez mas como institución socio-económica que tiene una importante responsabilidad moral para con la sociedad, organización que no se reduce a ser la suma de sus miembros: ha de cumplir a su vez unas funciones y asumir claras responsabilidades sociales y, por tanto ha de tomar decisiones morales. Ello no debe comportar en ningún caso que la ética personal se diluya: se trata de constatar que la ética no es solo individual sino también corporativa y comunitaria. Lo que pasa es que una época como la nuestra exige claramente ir más allá de la mera ética personal del deber y asumir que los colectivos son responsables de las consecuencias de sus acciones con lo que se abre la posibilidad de pasar del deber personal a la responsabilidad colectiva.
La ética de la empresa es una cuestión nuclear de nuestro tiempo y ello atañe a la naturaleza y valores que se viven en su interior y a la manera adecuada de concebirse la organización. Pero se refiere también a la toma de conciencia de cual es el lugar social de la empresa y, por tanto, su aportación a la sociedad, así como a que es lo que la legítima. Tanto trabajadores como directivos han de actuar en una sociedad que requiere empresas que actúen éticamente. De ahí
que la empresa pueda y deba ser objeto de reflexión e tica y el debate sobre la empresa como sujeto moral ha abierto esa posibilidad, cosa que tiene consecuencias personales, pero también organizativas.
La empresa como institución social: un enfoque integral
El enfoque integral de la empresa que va ganando terreno en estos últimos tiempos va claramente más allá de una actitud reactiva, de gestión de la reputación como reacción a las demandas sociales de los stakeholders con capacidad de presión. Y ello porque se está abriendo paso una nueva concepción de la empresa considerada como verdadera institución social, no sólo económica. Para ser más precisos, en tanto que institución económica la empresa es una institución social. Y una institución social que está construyendo la sociedad y el mundo en que vivimos. En este sentido, podemos decir que si bien es cierto que la empresa es parte del problema, podemos también decir que es también parte de la solución si apuesta por convertirse en actor social corresponsable y necesario colaborador con los otros implicados: Estado y Sociedad.
La empresa ha de ser entendida como aquel grupo humano orientado por unos valores, cohesionado por una cultura organizativa, que tiene por objetivo no sólo satisfacer necesidades humanas con calidad, sino también asumir su responsabilidad social y ecológica con el entorno. Y ello a su vez implica una actitud pro-activa, de corresponsabilización de los problemas sociales de una colectividad.
Esta manera de concebir la empresa hace hincapié en los procesos empresariales (procesos organizativos de toma de decisiones), más que en las actuaciones empresariales y su contenido concreto, considerado de forma aislada, teniendo, de esta suerte, una perspectiva más global. De esta forma la RS pasa a ser una dimensión integrada en la empresa y forma así parte de la gestión de la misma.
Dicho en otras palabras, esta nueva visión empresarial es la más acorde con el poder real que tiene hoy la empresa en el mundo de la globalización. Pero ello quiere decir que la empresa ha de reaccionar siempre en clave de responsabilidad, incluso sin presión por parte de los stakeholders, precisamente porque se entiende a sí misma como actor social y contempla al resto de actores (Estado, Movimientos Sociales, stakeholders con capacidad de presión; stakeholders sin capacidad de presión, etc) desde la «horizontabilidad»: es con ellos con los que ha de construir sociedad.
En definitiva, siendo las empresas actores sin los cuales no podemos entender los procesos de globalización, éstas y obviamente los empresarios han de ser capaces de poder responder hoy a la pregunta de cuál ha de ser su papel en un sistema social dinámico, con cambios que se suceden vertiginosamente, como es el mundo de la globalización. Es ahí donde cobra interés la concepción de la empresa ciudadana, fruto de la evolución de la concepción de las relaciones empresariales. Ello implica tomar conciencia de cuales son las relaciones sociales que la empresa construye mediante su actividad y de cuales son las repercusiones sociales de la misma. Porque la interrelación empresa-sociedad es evidente: toda empresa incide en la realidad social según sus características y sus posibilidades.
El papel transformador de la empresa: la empresa constructora de sociedad
La pregunta por el papel de la empresa en el sistema social es, de hecho, una pregunta «política». Parte de la base que la empresa no es una institución «neutra», independiente de la estructura social. Por el contrario, está inserta en la sociedad e implicada en su construcción, a la vez que esa misma sociedad incide sobre la empresa. Hay una verdadera interacción entre empresa y sociedad. Ello implica asumir que la empresa no solamente tiene poder económico.
También tiene poder tecnológico, poder ecológico, poder político, poder cultural y poder social. Por ello la necesidad que asuma su responsabilidad en todos esos ámbitos.
En definitiva, la empresa ayuda a configurar el modelo de sociedad. Por ello es pertinente la pregunta por el modelo de empresa que queremos potenciar, pregunta que está en íntima relación con la pregunta por cuál es el modelo de sociedad más acorde con un vivir más justo y equitativo. Según sea nuestra respuesta, será también la transformación del propio sistema capitalista, haciendo que tenga un mayor rostro humano.
Las dificultades de operar éticamente en un mundo global
Ahora bien, la RSC podrá ser un verdadero factor de cambio en la medida que tanto empresas como sociedades la incorporen y exija recíprocamente. Y ello tiene que ver con el nivel cultural y la conciencia adquirida por las sociedades, muy distintas según los contextos sociopolíticos. Hay ahí una clara interacción: no puede pretenderse un comportamiento ético de la empresa si la sociedad que la rodea tiene bajos niveles éticos y, a su vez, una cultura empresarial que haya integrado la ética en la gestión de todos sus procesos será sin duda punto de referencia ético para la sociedad de que se trate. Por eso la importancia de que en todas las sociedades se vivan procesos democráticos y, por tanto, valores fundamentales para la ética en general y la RSC en particular.
Si queremos vivir en un mundo más humano es ineludible para la empresa el trasladar sus códigos y estándares éticos a todos los lugares donde opera. Pero ahí nos encontramos con el tema de qué hacer cuando en países en donde desarrolla su actividad empresarial faltan legislaciones sociales o incluso se vulneran claramente los Derechos Humanos. ¿Dónde se sitúa entonces la RSC? Evidentemente, lo deseable sería que las empresas transnacionales ejercieran el papel de transmisoras de los Derechos Humanos. Y que, por consiguiente, las empresas que aplican criterios de responsabilidad social en sus países de origen deberían mantenerlos también, en países con regímenes autoritarios y falto de libertades. Por otra parte, a pesar de que las leyes y el sistema de un país puedan ser antidemocráticas e ilegales, las políticas internas de una empresa deberían ser de respeto hacia los trabajadores y grupos de interés, ofreciéndoles un buen ambiente de trabajo, buenas condiciones laborales, salarios justos, formación, seguridad, etc. Este fue el caso de la multinacional Shell en la España de los años 50, que tenía incorporadas unas políticas sociales y laborales muy avanzadas en aquel contexto (salarios más altos que la media en España, jornadas más cortas, semana inglesa, y otra serie de ventajas como los desayunos a media mañana, café o té por la tarde, revisiones médicas, ayuda de estudios, excursiones, ayuda en la compara de vivienda, etc.). En definitiva, la RSC tendría que ser un parámetro de acción de las empresas en mercados globales, donde todas para poder competir deberían respetar y cumplir ciertos estándares y normas globales.
Ante el problema de una globalización sin o con escasas reglas democráticas, no cabe duda que se pone de manifiesto la imperiosa necesidad de avanzar hacia un sistema de gobernabilidad mundial, que gestione la globalización de una forma más humana y justa, evitando las grandes desigualdades que se producen y haciendo llegar a todo el planeta la enorme riqueza generada. Y hablar de un sistema de gobernabilidad mundial es hablar de la creación de organismos transnacionales, organizados de forma democrática -y ahí se encuentra hoy por hoy la mayor dificultad- que sean capaces de hacer cumplir a todos los gobiernos del mundo unos mínimos sociales y laborales y que corrijan las disfunciones de los mercados globales. Este es el gran reto del s. XXI.
Acerca de la autora.
Dra. Mª Dolors Oller Sala
Doctora en Derecho, Profesora de Moral Social en el Instituto de Ciencias Religiosas de Barcelona (ISCREB). Profesora de Filosofía Social y Sociología en ESADE (URL) y profesora del Máster de RSC de la Universidad de Barcelona.