La afirmación, la promesa que existe detrás de esta frase está revestida de enorme Poder: cambia tu forma de ver las cosas (esto es personal), y las cosas cambiarán (esto es todo lo demás).
Los psicólogos afirman que no existe algo que pueda llamarse Realidad de manera objetiva. La Realidad, dicen, es aquello que cada individuo percibe de acuerdo a su “personalísimo” punto de vista. Bajo esta lógica probablemente existan pocas cosas más relativas que la propia “Realidad”, (que en todo caso hay que distinguirla de los Hechos para tranquilidad de la ciencia).
Estoy completamente de acuerdo con la afirmación, porque la encuentro muy lógica. Basta ver lo que dos personas opinan o piensan de una cosa en particular para entender que la Realidad está sujeta a tantas interpretaciones como personas existan que la están observando, analizando y lo que es más importante, juzgando.
Dejemos entonces de hablar por un momento de La Realidad, y hagamos referencia a TU Realidad o MI Realidad. ¿Qué factor o factores determinan que cada uno de nosotros tenga una percepción específica de la Realidad? Los psicólogos dicen (y esto también me parece lógico), que ello se fundamenta en el Sistema de Creencias que cada quien tiene. En función de ellas determinamos la realidad que nos rodea, nuestras creencias establecen la forma en la que vemos el mundo. Ellas son como un par de lentes a través de los cuales observamos todo lo que sucede en nuestro entorno próximo y en el entorno remoto. Estos lentes cambian en cada persona a lo largo de su vida, porque efectivamente cambian las creencias que construye y sostiene en diferentes etapas de su existencia. Esto, por último, conduce a entender que la Realidad es infinita en su composición y cambia permanentemente.
Hasta acá me acompaña la lógica en la deducción del asunto. De aquí para adelante me dedico a efectuar una evaluación estrictamente personal, y por ello, seguramente subjetiva por donde se la mire. Mi evaluación parte de la siguiente pregunta: ¿Si yo construyo la Realidad en función de las creencias que tengo y la forma de ver las cosas que éstas provocan, entonces puedo construir la Realidad que prefiera simplemente estableciendo las creencias que sintonicen con ello?
Si la respuesta a esto es positiva, inmediatamente me doy cuenta que estoy revestido de enorme Poder, puesto que puedo alterar la Realidad que me rodea a voluntad. Dado que mi sistema de creencias no depende en teoría de nadie y a nadie más le corresponde, tengo entonces el Poder cautivo entre las manos.
La segunda premisa emerge de otra pregunta: ¿me interesa cambiar algo de lo que me pasa y de lo que me rodea? La respuesta a esto es un resonante ¡por supuesto! Creo que es, además, una respuesta que comparten todos los mortales, al menos todos los que se consideren provistos de una básica inteligencia, ¿cuántos hay que no deseen cambiar al menos algo de las cosas que les suceden y que hacen a su vida?
Luego, en resumen, tengo el Poder de cambiar todo aquello que desee, o mejor dicho, aquello que exactamente quiero cambiar. Lo único que debo hacer es reparar en las creencias que sostengo con respecto a las cosas que quiero cambiar. Cambio ésas creencias, se transforma la forma en la que veo las cosas y ¡listo!: las cosas cambian para mí y para lo que me rodea.
¿Si esto es así de sencillo donde estuve perdido durante las tres cuartas partes de mi vida?
Dirán muchos que tan sencilla la cosa no es, porque finalmente es algo complejo alterar Sistemas de Creencias que se desarrollan a la par de uno en el curso de toda una vida, creencias que muchas veces acompañan el legado generacional de la familia, o de las familias, dado que a título de heredad se producen sincretismos extraordinarios. Otros dirán que las creencias son el ADN del alma, y en ellas se juega la identidad profunda del individuo.
Yo hago, sin embargo, una evaluación diferente:
- Estoy completamente seguro que deseo cambiar muchas cosas que pasan en mi vida.
- Si el Sistema de Creencias que tengo ha provocado que muchas cosas se encuentren hoy en un punto en el que las deseo cambiar, quiere decir que mis creencias me han conducido a situaciones que no me benefician y que no son coherentes con otras dimensiones de mi ser y de mi hacer.
- No tengo nada que me ate a creencias que no consiguen llevarme a un estado de bienestar integral.
- Luego, me siento perfectamente capaz de revisar mis creencias, cambiar la forma de ver las cosas y así conseguir, finalmente, todos los cambios que pretendo.
¿El estar dispuesto a revisar mis creencias me califica de mala forma?
Yo diré con firmeza que no, pero estoy consciente que muchas personas opinarán lo contrario. Los sistemas de creencias no solamente se encuentran arraigados en la gente en sí, también forman parte del contexto cultural en el que se inscriben los actos cotidianos, entre ellos la “solidaridad” de los individuos con respecto a creencias comunes. Por efecto de todo esto, es mucho más común que las personas consideren que no son ellas ni sus creencias las equivocadas, y que más bien el error es ajeno. Por eso esperan (muchas veces toda la vida), que sean las cosas y las personas alrededor las que cambien. Se vuelven expertos en las prácticas más sofisticadas que tiene la esperanza, aguardan con mejor o peor ánimo que las cosas se “acomoden en su debido lugar”, y terminen por darles la razón en lo que piensan y creen. Pero como no cambian esencialmente el “lente” con el que ven las cosas, no pueden apreciar los cambios (si los hubiere) y concluyen más bien por darle la razón a ése adagio popular que dice que “las personas no cambian, más bien empeoran”.
¿Qué provecho obtienen estas personas al no cambiar nunca sus creencias y su forma de ver las cosas en la vida?, ¿A dónde los conduce su estoicismo?
Verán ustedes que entre estas personas hay de las que practican esto por convicción “intelectual” y las que lo hacen por ignorancia. Las primeras se caracterizan por ufanarse siempre de sus principios, su coherencia, su rectitud, su temple y, por supuesto, su estoicismo. Son personas que se presentan ante los demás como ejemplos que deben seguirse, invierten recursos y tiempo para construir y consolidar sus convicciones y creencias y se esfuerzan haciendo “reflexionar” al resto del mundo. La vida los puede golpear mucho más que a otras personas, pero no les hace cambiar básicamente nada de lo que piensan o creen. Ellos soportan los embates apretando los dientes y prometiéndose a sí mismos que el premio llega solo para los valientes que aguantan todo mientras nadan contra la corriente.
Las personas que no cambian creencias y formas de ver las cosas por ignorancia son diferentes, habitualmente personas con un sentido muy presente de la fatalidad y del destino, creyentes “equivocados” en su entendimiento de disposiciones sobrenaturales, personas resignadas y conformistas, predecibles y tranquilas. Dan la impresión de haber llegado al juego con la convicción del perdedor y de quien tiene la esperanza de que alguna situación inesperada otorgue gusto y sentido a todo
Particularmente causa pesar el caso de éste segundo grupo de personas, ellas conforman esa media estadística que puebla el planeta y a su vez explica lo extraordinario, sea esto lo bueno y también lo malo. Son millones de personas que “pasan por la vida” haciendo “ciertas cosas”, dándole significado al espacio estrecho de realidad que ocupan y dejando tras de sí poco más que herencia biológica, que por otra parte, es la misma que dejan los otros animales. Si algo positivo puede rescatarse de este enorme grupo de gente es que de él emergen muchas veces las transformaciones y los cambios positivos. Probablemente no sean ni muchos ni frecuentes, pero al menos existen, algo que no puede decirse igualmente de los “intelectuales”, convencidos de sus creencias y su forma de ver las cosas guiada por cuestiones de “principio”.
De este grupo de “pensadores moralistas” me distancia la inflexibilidad de su razonamiento y de todos sus procesos mentales. Ellos se sitúan a muy buena distancia de la premisa del “yo solo sé que no se nada” y tienden tela de exhibición de ése almacén de “dueños de la verdad” que puebla todas las esquinas de este mundo. Difícil esperar que ellos cambien algo en su entorno, y mucho menos en su vida.
Yo, por otra parte, quiero inscribirme entre las personas “hambrientas” de cambiar. Y como entiendo que ningún cambio se produce si uno mismo no cambia primero, la fórmula para hacerlo, flexibilizando el sistema de creencias y viendo las cosas de una manera diferente, me parece fantástica. Me niego a suponer que soy dueño de alguna verdad, mucho menos de aquellas que no me conducen a estados de paz y de satisfacción. El cambio para mí está relacionado con la Evolución, porque ésta no se produce de ninguna manera sin transformaciones.
Cambiaré mi realidad allá donde vea que todo esfuerzo por comprender o adaptar las cosas de acuerdo a mis expectativas fracasa. Entonces modularé mi conducta viendo ésas mismas cosas con un lente diferente, uno que parta por la pregunta ¿y si yo estoy equivocado? La respuesta llegará bastante rápido, una vez que las cosas cambien porque yo haya comenzado a verlas de otra manera. Si entonces las cosas se ajustan más a las expectativas que tengo, asumiré que el cambio de mis creencias y la forma de ver las cosas fueron correctos, y que, en todo caso, yo estaba antes equivocado. ¿Me quita algo actuar de esta manera?, ¿me convierte en una persona sin principios y sin convicciones?, ¿en una “veleta” que se acomoda a la dirección en la que soplan los vientos? ¡Lo dudo mucho! Creo, más bien, que me convierte en un ser humano inteligente, consciente por completo de su falibilidad y por sobretodo de su capacidad de aprender cada día.
¿Y de qué forma podré cambiar la forma de ver las cosas? Acá se me ocurre algo interesante, útil pero sobre todo pertinente: por medio de Empatía. La verdad es que tenemos consciencia pobre del valor que tiene ésta actitud. En determinado momento “ver y sentir” las cosas como lo hacen otras personas, lleva de inmediato a un abordaje diferente de la realidad concebida desde el punto de vista propio. Si adopto con responsabilidad empatía con otras personas conseguiré entender mejor sus puntos de vista, argumentos y actitudes, las contrastaré con mis convicciones y obtendré una síntesis que de todas maneras tendrá mayor riqueza que el estado original. Es posible que las otras personas se encuentren equivocadas, que sus argumentos carezcan de sustento o su forma de ver las cosas no sea de provecho, pero verificar ello desde una posición de empatía tiene mucho más valor que hacerlo desde el reducto propio, y en todo caso consolida con calidad adicional el valor de las creencias originales. El proceso, en general, al menos permite que se avancen las posiciones, que ellas no queden atrincheradas en campos opuestos y distantes.
Quien hace uso de la Empatía avanza, progresa, sale del reducto a conquistar tierra ajena, pero no por medio de la imposición de valores o principios, sino por el mejor entendimiento de los mismos en los casos ajenos. Y de todos modos se provoca la conquista, bien porque se haya conseguido cambiar la realidad de otros o porque se haya verificado la necesidad de cambiar los preceptos que lo guiaban a uno mismo. Quien cambia su forma de ver las cosas y por ende altera la realidad, gana siempre, en todos los casos, no sólo porque sale de la ciénaga que representa asumir que uno tiene siempre la razón, fundamentalmente porque comienza a caminar en el sendero de la evolución.
La Empatía es en definitiva una Actitud, y como tal propositiva, estoica y confiada
La sincera conclusión de que el cambio es necesario y que debe producirse con el propósito de evolucionar, es una cuestión de Actitud ante la Vida. Es un tema en el que colisionan, como en muchos otros, las aptitudes, el conocimiento y la erudición con la básica Actitud hacia las cosas que pasan. En tanto que el Conocimiento es conservador y racionaliza bastante cualquier posibilidad de cambio, la Actitud lo asocia de inmediato con una premisa de bienestar. Por esto la Actitud no solo se encuentra cerca de la Empatía, también de cualquier pensamiento que se distancie de “atrincheramientos”. Actitud proviene precisamente de un contexto de “acción”, y ésta se desenvuelve siempre, por esencia, en escenarios de cambio.
La Actitud no encara la Vida en términos de Principios que deben respetarse y aplicarse a “cualquier costo”, la Actitud trabaja en función de Valores, preceptos inmutables de lo correcto. Cuando los Valores están claros, todo cambio propende a la evolución. Cuando los Valores están establecidos, el cambio del lente o del cristal con el que se miran las cosas es un acto inteligente que en nada compromete la esencia o la identidad, en todo caso las refuerza porque busca optimizar la calidad de la persona.
Son los Valores las raíces sobre las que debe sostenerse el entendimiento de la Vida y orientarse la conducta. Valores, actitudes y conducta están relacionados. Todo lo demás no solo debe estar sujeto a evaluarse y cambiar, más bien en ningún caso debe entenderse como inamovible. Creencias que no se cambian nunca originan el dogma, conducen al fundamentalismo, y desde allí es fácil llegar al fanatismo y al odio de lo diferente. El Cambio es Vida porque permite que las cosas fluyan con naturalidad, se transformen y se adapten como sólo lo pueden hacer las cosas animadas. Lo que no cambia es sinónimo de parálisis y de muerte.
Cambiemos por tanto las creencias que no nos están llevando a ninguna parte, veamos las cosas con un lente diferente, empaticemos con las otras personas asumiendo que “no tenemos la razón” en todas las cosas que creemos. El resultado de esto terminará por ser una Realidad que se acomodé mejor a nuestras expectativas de bienestar y paz. Finalmente seremos nosotros mismos los beneficiados porque habremos evolucionado, de un estado de juicio e intolerancia a uno de hombres con Poder de cambiar su Vida cuando así lo vean conveniente. Habremos transitado de la incómoda posición de la liebre que corre a saltos por el pedazo de tierra que considera suya, a la del águila que mora en las alturas, que mira los problemas y las coyunturas de la vida desde la comodidad y la paz que le proporciona el ancho firmamento.
DATOS DEL AUTOR.-
Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.
Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”
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