Llegó el momento de contarte lo que quedó pendiente en el capítulo anterior.
¿Recuerdas? Te comenté en mi anterior artículo, que había asistido a un seminario en donde conseguí datos muy valiosos de clientes potenciales y que surgió la posibilidad de realizar una importante reunión para mi trabajo.
Ahora sí, te voy a relatar lo que sucedió en detalle.
Era la mañana del martes, posterior al fin de semana del evento, cuando sonó mi celular.
La llamada venía de un número desconocido. Por lo general yo no contesto cuando no sé quién me llama, no obstante ese día sentí el impulso de hacerlo.
Contesté, mi interlocutor comenzó a presentarse diciendo que nos habíamos conocido una tarde en un curso y…
¡Se cortó la llamada!
Pensé: “Debe ser uno de los participantes, que al igual que yo, asistieron al seminario”.
Durante el transcurso de la tarde me escribieron, notificándome que efectivamente se había cortado la llamada y que el objetivo de la misma había sido hablar conmigo acerca de mi trabajo.
¡Salté de la emoción como te imaginarás! Aquella breve conversación con el facilitador me había brindado una gran oportunidad.
Me dispuse a preparar lo que iba a decir el día de la entrevista.
Quería exponer de una forma clara a qué me dedicaba y en qué área podía ayudar.
Sabía que era un cliente con el que nunca había pensado trabajar, pues cuando yo me acerqué a él lo hice con la intención de preguntar sobre un tema, que el mismo había expuesto durante el seminario.
Me preparé, estructuré mis conocimientos y lo que iba a decir.
Estaba muy emocionada, pues iba a hablar con el dueño de la empresa.
Pero, desafortunadamente no fue así.
Aparentemente, mi entrevista coincidió con otra reunión que éste tenía (eso fue al menos lo que me dijeron). En su lugar me atendió otra persona, que era su consultora.
La reunión se realizó entonces bajo estas condiciones y pude explicar lo que me pidieron.
Me comentaron que aparte, necesitaban un servicio de telemarketing, por lo que yo contesté que no realizaba ese tipo de trabajo, pero sabía de alguien que podría hacerlo.
Ahí acudí a una de mis tarjetas de trabajo y con ella pudimos llegar a un acuerdo laboral.
Antes de salir de la reunión, acordamos que yo enviaría el presupuesto de los servicios que solicitaban.
Surgieron las dudas.
En el momento en que me dispuse a hacer la cotización, me surgieron varias preguntas sobre cuestiones que no había planteado en la reunión.
Me contacté con la consultora y quedó en enviarme la respuesta por correo.
Pasó una semana y en vista de no recibir respuesta, lo envié nuevamente.
Esperé y volví a contactarme, esta vez por telefóno. Me respondió y dijo no haber recibido nada.
La verdad, no le creí. Pero debía seguir insistiendo.
Algo que me molesta es tener la sensación de que están mintiendo. Creo que es preferible decir simplemente “Me llegó el correo y no lo he leído”. Pienso que suena más profesional, que excusarse con algo tan mediocre como un “No he recibido nada”.
Corroborar el proceso de envío de la información es importante.
De todos modos, antes de lanzar juicios, revisé mi correo para saber que todo estuviera bien y en los informes constaba que había sido enviado y abierto.
No quedaba más que llamarla y decirle que había realizado un nuevo envío en ese mismo instante y que me corrobore si llegaba.
Me contesto por el mismo medio diciendo, que yo había ¡Enviado muy tarde el presupuesto! y que ya todos los contratos que iban a cerrarse para el próximo año se habían escogido, por lo que mi propuesta quedó afuera.
Aparte, me aclaró que la información que yo pedía no me la podían dar.
No me quedo más que agradecer y quedar a sus órdenes para otra ocasión.
¿Sabes la molestia con la que quedé?
Saber que el error no había sido solamente de mi parte. Saber que me habían dicho una cosa y al final salieron con otra distinta.
Lo peor fue que no hablé con el dueño en persona y de este modo se perdió la poca comunicación que tuve en la empresa.
Se suele decir que las cosas suceden por algo y que hay que aprender de los errores para no repetirlos.
“Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender” Charles Dickens
Pues sí, cometí errores de los cuales aprendí y eran los siguientes:
- Dejar de preguntar en el transcurso de la reunión, todo lo relevante acerca del servicio que ellos necesitaban.
- Ofrecer enviar el presupuesto sin preguntar qué plazo tenía para dar la respuesta.
- No hacer desde el comienzo el seguimiento del correo enviado (confié en la tecnología y di por hecho que lo había recibido y leído).
- Ofrecer solución a servicios que no presto, así sea que cuente con una alianza (en algunos casos puede funcionar, en otros como en este no).
- Asumir que conocía todo el proceso, basándome en que ya lo había hecho con otras empresas con éxito (me olvidé del principio que dice que no todos los clientes son iguales ¡Vaya error!).
Estos son algunos de los errores que identifiqué como los causantes de que no consiguiese este trabajo.
Seguramente, mientras leíste mi relato, a ti se te ocurrieron algunos otros.
Te invito a que me los indiques, serías de gran ayuda.
¡Espero tus comentarios!