X

Cómo administrar las Relaciones Conflictivas por medio de la PAUSA

El carácter de las relaciones interpersonales determina la forma en que el ser humano se inscribe y desarrolla en su medio social; su importancia es fundamental para calificar el desenvolvimiento de las personas en su tránsito por la vida.

Las habilidades de carácter social no son sólo “adornos” de la personalidad, son un requisito indispensable de comportamiento. El medio social es el entorno primario del ser humano y prevalece, incluso, sobre el medio ambiente natural. La capacidad de desempeño “en sociedad” define la calidad de vida personal y profesional de los individuos.

Las relaciones interpersonales pueden adoptar tres formas: relaciones satisfactorias, intrascendentes o conflictivas. Si bien existe una gradación en la escala, el resultado final tiene como parámetro de evaluación alguno de estos tres formatos.

Las relaciones personales satisfactorias se pueden medir en términos de su beneficio; en ellas solo cabe maximizar el carácter positivo de los resultados. Este es un tipo de relación que en el peor de los casos debe conservarse y en el mejor, desarrollarse. La diferencia entre las personas que esencialmente sostienen relaciones satisfactorias radica en la calidad del resultado que emerge de ellas.

Las relaciones personales intrascendentes constituyen un motivo de alarma esencialmente porque no son productivas y deben invertirse esfuerzos sustanciales para situarlas progresivamente entre las que otorgan beneficio.

Las relaciones personales conflictivas constituyen un serio problema.

Las personas pueden tener un conjunto importante de relaciones satisfactorias o incluso intrascendentes y considerarse por efecto de ello en una situación adecuada, pero incluso un número pequeño de relaciones conflictivas puede desvirtuarlo todo. La razón de esto es básicamente simple: el conflicto actúa profundamente sobre la persona y la desestabiliza desde sus fundamentos. Y esta persona, que es la misma que sostiene por otro lado relaciones satisfactorias, traslada los efectos negativos a todas las dimensiones de su quehacer social.

El ser humano es una entidad,  y aunque tiene una capacidad importante para procesar estímulos diferentes y proporcionar respuestas diferentes, es naturalmente incapaz de generar “compartimentos estancos” que condicionen distintos tipos de conductas de acuerdo al entorno o a la situación que enfrente. Un hombre que tiene conflictos en determinado ámbito de su vida los traslada a otro en mayor o menor medida. La discriminación perfecta de los hechos no existe, de la misma forma que el ser humano perfecto tampoco. Ése “hombre de los diferentes sombreros” que actúa con absoluta propiedad  dependiendo de la situación o de las personas entre las que se encuentre, forma parte de los postulados ideales que la teoría está obligada a sostener para generar una práctica eficiente. Y en tanto que los parámetros ideales constituyen metas que siempre están por conquistar, los resultados prácticos son diferentes: el hombre que enfrenta conflictos traslada sus consecuencias, en menor o mayor grado, a otros ámbitos de su vida.

Las relaciones personales conflictivas afectan las relaciones satisfactorias porque condicionan el estado emocional del hombre que en ambos casos es su protagonista.

¿Cómo se identifica una relación personal conflictiva?

Hay diferencias sustanciales entre estas últimas y otras que pueden clasificarse como difíciles, inestables, cambiantes, etc. Las relaciones conflictivas tienen efectos negativos sobre las personas, atentan su estabilidad emocional y condicionan respuestas y estados de ánimo por periodos importantes de tiempo. La persona cambia, sus valores se erosionan.

Por otra parte estas relaciones tienen un ingrediente adicional: existen en ellas personas que actúan premeditadamente para afectar los intereses ajenos, porque en última instancia estas relaciones conflictivas se fundamentan en los antagonismos. Si habitualmente la vida presenta adversidades, en el caso de estas relaciones ellas se “construyen” entre individuos que se dañan unos a otros aun sin percatarse de ello. Y si  la mayoría de las veces las adversidades que presenta la vida responden a un carácter aleatorio, aquí son planificadas. Los protagonistas de éste tipo de relaciones mantienen situaciones hostiles que lesionan abiertamente.

Resulta ocioso suponer que estas relaciones no se presenten en la vida, pero es importante actuar de manera que el grado de conflictividad que provoquen no llegue a extremos, y se propicie un rápido ordenamiento para llevarlas a escenarios controlables.

La medida preventiva fundamental es una que cabe practicar el momento preciso en que una relación corre riesgo de convertirse en un problema. La conflictividad en las relaciones tiene habitualmente una génesis y ésta se remite a un momento preciso de la interacción. Existe un acto o una palabra que condiciona  el grado que el conflicto alcanzará luego.

La forma en la que se trate ése “punto de quiebre” en una relación determina el “ángulo” de la pendiente que ella tome: desde un proceso relativamente natural de deterioro hasta un vertiginoso desplome. El carácter de la pendiente se establece el momento mismo del quiebre. Poco puede hacerse después, y ello a costa de muchísimo esfuerzo.

Es algo bastante natural que las relaciones interpersonales se deterioren o concluyan, pero es recomendable  evitar que lleguen a puntos dramáticos, de forma que la propia labor de controlar sus efectos o cambiar su estado en el tiempo termine siendo una labor más sencilla. Todo depende de lo que suceda “ése” momento crucial y definitivo que enfrenta a las  personas en determinadas coyunturas.

Ahora bien, “ése” momento, ese “punto de quiebre” tiene particularidades propias:

  • Puede presentarse de manera inesperada
  • No está bajo control de nadie
  • Tiene incorporadas dosis elevadas de emotividad

Esta es una combinación peligrosa de elementos.

Por otra parte a “ése” momento crucial llegan personas, seres humanos provistos de una compleja ingeniería de emociones y de circunstancias. Son universos que se encuentran, cada uno completo en sí mismo.  Y en el centro de estos universos muchos egos como elementos motrices, como gobernantes de ésa compleja totalidad.

Y en tanto que las circunstancias difíciles o conflictivas constituyen el material explosivo, el ego de las personas es el detonador. El ego es el factor más sensible de la ecuación. Las personas se entienden en términos del “Yo”, y cuando calculan que éste se encuentra amenazado reaccionan en un nivel instintivo difícil de controlar. Cuando se trata de un ego hipotéticamente lastimado el hombre se “desconecta” con mayor facilidad de sus fuentes de raciocinio y actúa por impulso, activando ése sentimiento básico de “autoprotección” que tanto lo acerca a los animales más elementales. El ego profundo de las personas difícilmente otorga algo, habitualmente quiere dominar, y al sentirse herido o amenazado reacciona compulsivamente, dado que habitualmente se encuentra “atrincherado” entre los elementos “relativamente controlados” de su entorno. Ésta reacción es casi siempre, desproporcionada en relación a sus causas.

El ego puede convertirse en enemigo despiadado de uno mismo, habitualmente es causante de una cantidad importante de las dificultades y de los problemas que se enfrentan en la vida, principalmente los relacionados al desenvolvimiento social. Los hombres Grandes triunfan primero sobre su “Yo” y por eso tienen un ego pequeño, esencialmente humilde y tendiente a ofrecerse a los demás. Sin embargo el “hombre promedio” se sujeta a un ego grande como un náufrago en alta mar lo hace a una tabla de salvación. El hombre Grande tiene un ego firme pero elástico, sabe quién ES más allá de sus circunstancias. Ante la adversidad o el ataque su ego se flexibiliza para soportar el golpe y luego retoma progresivamente su estado original, sin haber quebrado nada propio y nada ajeno.

La vida no es una justa de “egos”, la vida es como un torneo en el que se miden las competencias de las personas, los frutos de cada una determinan su situación y posición. La interacción entre egos no debe considerarse una batalla, es sólo parte de una inexorable dinámica que presenta la vida social del ser humano. La persona segura de sí misma no considera nunca que su ego se encuentre amenazado como producto de relaciones interpersonales difíciles. El “Yo” es algo interno y se encuentra perfectamente aislado de cualquier elemento foráneo, nada puede alcanzarlo “desde afuera”, a no ser que la propia persona franquee la entrada. Ante situaciones muy difíciles los hombres Grandes mantienen un “Yo” intacto, lo hacen ante las más duras humillaciones. La historia presenta admirables ejemplos de personas “intactas” incluso ante la tortura y en el umbral mismo de la muerte.

¿Por qué las personas son tan sensibles con sus egos? ¿Dónde se encuentra su grandeza?

Al “punto de quiebre” en las relaciones interpersonales muchas veces se llega por efecto de egos que se sienten lastimados. Allí radican en repetidas ocasiones los efectos más graves.

La respuesta adecuada a la situación debe establecerse ése preciso momento, allí mismo, en la génesis de la relación afectada, en el instante vital en que emerge el punto de inflexión. Ésa reacción apropiada protege el ego y lleva a una pendiente menos aguda en el desenlace del conflicto. Ésa reacción posibilita también que en un momento posterior sea la razón la que tome gobierno de las cosas y desde allí consiga, al menos, transformar una relación conflictiva en una intrascendente. Y lo más importante: el ejercicio permanente de este tipo de reacción construye un ego flexible, perfectamente dotado para enfrentar las situaciones con mayor propiedad.

La respuesta que debe darse en el momento más crítico del conflicto con otra persona consiste en establecer una profunda y prolongada PAUSA en la interacción. Una PAUSA determinante, un silencio total, un completo “no hacer nada”. Lo esencial es NO REACCIONAR, de ninguna manera (ni bien ni mal), solamente detener todo. Este momento es vital, en la misma forma que es vital una bocanada de aire fresco para quién se encuentra en medio de humo denso. Una PAUSA Mental, una PAUSA Física, un momento de “suspensión” y de absoluta levedad.

Este momento condicionará  el carácter que tome la interacción hacia adelante. Éste momento es el que pone “marca y sello” al conflicto. La PAUSA le quita combustible a la hoguera, reduce el ímpetu de las energías adversas, pero sobre todo le brinda una oportunidad a la razón. Y esto es todo lo que el hombre inteligente precisa: la posibilidad de hacer prevalecer la razón para tratar un conflicto.

Esta PAUSA no es ninguna muestra de debilidad, porque permite activar luego una sólida respuesta, una que emerge del cerebro y no del estómago. Esta PAUSA no otorga nada, no cede nada, no debilita nada, ¡todo lo contrario!, permite fortalecer una respuesta posterior, un futuro argumento. El ego propio, entre que elástico y flexible, soporta el golpe y se repliega, pero al mismo tiempo toma energía para volver con ventaja al punto de partida, de la misma forma en que lo hace el elástico de una onda, contrayéndose para tomar energía y expulsar el proyectil. Nada hay más sólido que un cuerpo flexible.

La naturaleza y la dinámica de los conflictos (mucho más entre las personas), es obviamente compleja, pero el ejercicio sencillo de esta recomendación la simplifica enormemente. ¡Es sólo cuestión de comprobarlo!

En un conflicto con otra persona NO DEBE REACCIONARSE NUNCA sin la posibilidad de haberse meditado básicamente una respuesta, menos aún si el ataque es vigoroso. Establecer la PAUSA permite jugar el resto de la partida con el control y dominio de los movimientos.

Esta PAUSA es una representación de Poder, mecánicamente idéntico al que se tiene en el control remoto de un televisor: con él se establece el curso de los hechos a discrecionalidad y con dominio del tiempo. Esta PAUSA permite adueñarse del devenir y no ser títere de las circunstancias y de los demás.

Ante el enojo ajeno o propio: PAUSA.

Ante la provocación: PAUSA.

Ante la afrenta o el insulto: PAUSA.

Ante la agresión: PAUSA.

La PAUSA es una forma de manejar el Tiempo y éste debe ser siempre un aliado, no un perjuicio adicional. Los conflictos son como un río brioso, una torrentera, y al tratar de cruzarlos en medio de su ímpetu violento sólo se consigue ser arrastrado por la corriente. Imaginemos, por otra parte, que se tiene el poder de detener las aguas y vadearlas con tranquilidad, con  absoluta seguridad: eso se consigue con la PAUSA.

Después de la PAUSA, cuando la razón toma control de las circunstancias, se evalúa la respuesta. Y cualquiera que ésta fuese, nace ya con una ventaja inigualable, porque parte desde una posición de victoria, dado que ejercitar y sostener la PAUSA ya es un triunfo que pocos conocen.

DATOS DEL AUTOR.-

Carlos Eduardo Nava Condarco, natural de Bolivia, reside en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, es Administrador de Empresas y Empresario. Actualmente se desempeña como Gerente de su Empresa, Consultor de Estrategia de Negocios y Desarrollo Personal, escritor y Coach de Emprendedores.

Autor del libro: “Emprender es una forma de Vida. Desarrollo de la Conciencia Emprendedora”

WEB: www.elstrategos.com

Mail: carlosnava@elstrategos.com

Facebook: Carlos Nava Condarco – El Strategos

Twitter: @NavaCondarco

Artículos Relacionados